A lo largo de mi experiencia como
lectora de narrativa (bastante extensa, por mis años, gusto y formación
profesional) nunca me había topado con cuentos cuyo tema fuera el drama escritural, el ambiente en que
se crea y difunde la literatura y los tan peculiares vínculos que se establecen
entre los escritores. El libro Llamadas telefónicas, primer volumen de
cuentos de Roberto Bolaño, publicado inicialmente en 1997, y con el cual obtuvo el
Premio Municipal de Santiago de Chile, además de ser, en su conjunto, un
muestrario de interesantes piezas
narrativas, aborda esa temática en los cuatro primeros cuentos.
Una característica general de los
relatos de Bolaño es la habilidad de entrelazar
situaciones con el fin de mostrar desde una exterioridad creíble y realista, la
interioridad de los personajes y su interrelación con otros personajes, en
consonancia con determinadas circunstancias. Cada cuento es un fragmento de
vida, y como tal elude finales
efectistas o infranqueables. Su dominio
de la intriga otorga fluidez a una trama
que transparenta el juego de luces y sombras de las relaciones humanas.
El cuento con que comienza el
libro, Sensini, narrado en primera
persona, esboza el retrato de un escritor argentino -algunas referencias nos permiten pensar en
Antonio Di Benedetto- al que el autor conoce a través de un certamen literario.
Se establece una relación epistolar a
partir de la cual va delineándose la
figura de Sensini, su entorno familiar y también los incidentes en los que, como escritor y
como hombre, se ve envuelto. El
cuento es, en cierta medida, una suerte
de homenaje que alcanza a una generación de autores,
“probablemente la mejor en lengua española de este siglo”, arriesga Bolaño.
Escritores cuya vida fue segada por la violencia de la dictadura militar,
escritores obligados al exilio, talentosos escritores que debieron pasar
penurias y privaciones para poder expresar lo que su vocación y su libertad
interior les dictaban.
Pero, esa aproximación al escritor-protagonista no
solo está exenta de toda solemnidad, sino que alcanza ribetes irónicos. El
relato abunda en referencias al mundillo literario español –ya que la acción
transcurre en ese país-. Con mirada
perspicaz, Bolaño recorre ese ambiente cargado de particularidades. Sensini
refleja que “el mundo de la literatura es terrible, además de ridículo”. Las
pequeñas o grandes consagraciones provienen de certámenes provincianos cuyos
jurados son “una pléyade de escritores y poetas menores o autores laureados en
otras fiestas”. Esta especie de lotería literaria se publicita en los diarios
dentro de las columnas de sociales, en la de sucesos y deportes o a mitad de camino entre el informe
del tiempo y las necrológicas. Otro dato no muy serio es que los autores pueden presentar sus relatos en
distintos certámenes a la vez con la sola restricción de cambiarle el título,
sin que nadie lo advierta. De esa forma logran su precario sustento. Bolaño atisba la penumbra desde la cual emerge la
figura de Sensini. Un escritor de mérito, que proviene de un país que enzarza a Bolaño con el tango y el laberinto,
y al cual se le atribuyen connotaciones kafkianas (su más difundida novela
es considerada por algunos “un Kafka colonial” y hasta su hijo, uno de los
tantos desaparecidos, se llama Gregorio, como el personaje de La Metamorfosis ).
Sensini resulta el espejo de un modo de vivir y crear al borde del más ignominioso absurdo. Y ese arco que va del país expulsor, al cual regresa para morir, casi sin ser visto, al país que lo asila y le enseña las artimañas a las que debe recurrir en pos de un espacio consagratorio, tensa o afloja las cuerdas por las que transita su existencia.
Sensini resulta el espejo de un modo de vivir y crear al borde del más ignominioso absurdo. Y ese arco que va del país expulsor, al cual regresa para morir, casi sin ser visto, al país que lo asila y le enseña las artimañas a las que debe recurrir en pos de un espacio consagratorio, tensa o afloja las cuerdas por las que transita su existencia.
Henri Simón Leprince, el segundo de los cuentos, describe con
pinceladas enternecedoras a un tipo
humano que participa de pasada de esos
círculos áulicos. Se presenta como una historia del pasado, ubicada en la época de la segunda guerra, pero
de una fatal perduración. Leprince es un
fracasado que “sobrevive en la prensa canalla parisina y publica poemas que los
malos poetas juzgan malos y que los buenos ni siquiera leen”. Cuando Francia
capitula, los colaboracionistas, con poder sobre editoriales y revistas, lo tientan. Pero él no acepta su invitación.
Por el contrario, se suma a la resistencia y colabora con ellos poniendo a
salvo a muchos escritores que en el mejor de los casos lo ignoran y, en el
peor, lo desprecian. Su labor, sin embargo es temeraria. En una de las tantas
aventuras y desventuras en que se ve envuelto mientras trata de salvar artistas
perseguidos, conoce a una joven novelista que le aconseja ser “un escritor
secreto, tratar de que su literatura no reproduzca su rostro”. Si bien no se
vuelven a ver recordará durante mucho tiempo el beso y las lágrimas con que se
despidió de él. Y en su fantasía persistirá el ensueño de haber despertado en
ella algún posible sentimiento. Finalmente se retira a un pueblo de la Picardía donde ejerce de
maestro. “En su corazón, Leprince ha aceptado por fin su condición de mal
escritor pero también ha comprendido y aceptado que los buenos escritores
necesitan a los malos escritores aunque solo sea como lectores o escuderos”.
En la descripción inicial dice
Bolaño: “ el nombre, sin que se sepa por qué le cuadra aunque él es todo lo
contrario de un príncipe”. Y es que Leprince más que un ser de carne y hueso es
un emblema. Emblema de la soledad del que no ha entrado en el circuito de los privilegiados. Emblema de irrenunciable dignidad. Emblema de una extrema
tensión pasional. Leprince es, en síntesis, el escritor secreto, el invisible
creador y recreador. El que sin ninguna oportunidad de prosperar en su empeño, propicia desde su
anonimato la pervivencia de los otros.
El que cree en la creación. A pesar de su fragilidad, es el más soberano
ejemplar de la cofradía. Los trazos con que se dibuja a este arquetipo
son amargos, pero hondamente conmovedores.
El tercer cuento se titula Enrique Martín, y ya desde el comienzo
Bolaño nos pone al tanto de un final irremediable pero que es el único final
posible: “Un poeta lo puede soportar todo. (…) El (…) enunciado es cierto, pero
conduce a la ruina, la locura, la muerte.”
Narrado en primera persona, el
relato muestra una serie de encuentros y desencuentros entre dos poetas.
El primer desencuentro se produce
cuando Enrique Martín, quien escribía mal pero deseaba con ahínco ser poeta
publica una revista llamada –proféticamente- La soga blanca. En la
publicación, por influencia de un tercero, queda excluido Bolaño. Luego se
sucederán ocasionales encuentros que
muestran distintas circunstancias del
personaje: desde escribir poemas mediocres y buscar su aceptación en el prójimo
a su abandono de la poesía para
dedicarse a un trabajo de oficina, primero, y luego a la atención de una
librería, tarea que alterna con colaboraciones en una revista, relacionadas con el avistamiento de platillos voladores. Enrique
Martín va hacia la escritura de sus
versos y vuelve de ella esporádicamente.
Un día su ex compañera, con quien
comparte la atención de la librería, lo encuentra colgado en la trastienda del
negocio. Bolaño entonces recuerda una carpeta con escritos que le dejó una
noche en la que no parecía estar muy en
sus cabales, y al leerlos se enfrenta
con la más terrible respuesta a las incógnitas planteadas por el oscuro
personaje: todos los poemas que ha podido escribir son a la manera de… (de
Miguel Hernández, de León Felipe, de Blas de Otero,… etc)
Enrique Martín ejemplifica el
drama del desencuentro, del cual sus apariciones y desapariciones en la vida del
autor son una especie de reflejo especular. Su principal desencuentro es
consigo mismo: desea hacer lo que otros hacen. De tanto en tanto busca
evasiones porque es incapaz de sacar de sí lo que anhela. Desearía parir, según
él mismo confiesa, pero para parir es necesario el paso previo de engendrar, de
dar vida a la voz que habita en lo más profundo
de uno mismo.
El cuarto cuento, Una aventura literaria, está escrito
con la objetividad de la tercera persona, remarcada por el hecho de que los
personajes no tienen nombre: son A y B. B escribe un libro con la intención de
burlarse de arquetipos de escritores, en el cual dedica un capítulo a A, escritor renombrado y competente, pero un
tanto pontificador y “catoniano”. Para sorpresa de B, A reseña ese libro elogiosamente.
Si bien B desconfía de esa crítica reconfortante (tal vez desconfía de sí
mismo) va sintiéndose cada vez más atraído por la figura del literato al punto
tal de hacernos conocer su nombre:
Medina Mena. Con el tiempo Medina Mena reseña otros libros de B (quien carece
de nombre hasta el final) y siempre sus notas son halagüeñas. La situación
desencadena en B paradójicas rumias y una serie de conductas ambivalentes. El objeto
de sus burlas, Medina Mena, pasa a ocupar el centro de sus preocupaciones.
Después de penosos intentos -penosos por
la inseguridad personal que le suscita el odiado y tal vez envidiado personaje-
logra entrevistarse con él, quien lo recibe en su casa.
Este es el único de los cuatro
cuentos que no refiere a un nombre propio. La palabra aventura, que forma parte
del título, remite a acción. La aventura es un lance, una peripecia. En este
caso la aventura física, concreta, traduce una peripecia emocional y moral en
la que se entremezclan los más variados sentimientos: envidia, admiración,
autosuficiencia, dependencia, valoración.
De estas y otras materias se
compone el oficio de escribir. Bolaño, agudo observador, analiza su ambiente de trabajo y también
se analiza a sí mismo. Es indudable que
hay parte de él en cada uno de los cuentos.
Cualquier lector busca en un
libro placer, imaginación, entretenimiento, y también, ¿por qué no?,
conocimiento. Pero, quizás muy pocos lectores ajenos al ambiente literario
puedan imaginarse los entretelones
detrás de los cuales nacen las páginas de un libro. Su gestación, su
arribo a una editorial, su estimación, su trayectoria dentro del mercado. Y a esto hay
que sumarle las disyuntivas e
infortunios a que se ve expuesto su autor: la dificultad de franquear puertas,
el sectarismo, la, a menudo, azarosa consagración, la competencia desleal, el
arribismo, las envidias, el narcisismo, el tráfico de influencias. Muchas de
estas condiciones han sido pintadas con sagacidad por Bolaño. Bien podría
decirse que el autor ha creado historias
a imagen y semejanza de lo que ha
sufrido en carne propia.
Fuente: Bolaño, Roberto, Llamadas
telefónicas, Buenos Aires, Editorial Anagrama, 2013.
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