viernes, 30 de diciembre de 2011

AÑO NUEVO, VIDA NUEVA

Año nuevo, vida nueva. Así se  solía decir cuando yo era chica. Una salutación que ha perdido vigencia.  Hoy  a nadie se le ocurriría  pronunciarla por  temor de ser etiquetado  como dinosaurio.
Aunque, pensándolo bien, ¿tendría algún sentido? Con cada paso que damos, con cada segundo acechando desde el reloj, la vida es nueva y vieja al mismo tiempo. Plena de luz y de proyectos o  marchita en la reincidencia de errores, en la desmemoria o la vacuidad. Nada cambia de un día para otro, nada deja de ser difícil, complicado, áspero para pasar a ser venturoso, sencillo y fácil  a partir de una simple  mudanza del calendario.
En este fin de año tan conmovedor para mí, por razones personales, y tan crítico para el  resto del mundo vienen a mi memoria los poetas del Barroco. Ellos,  con su postura reflexiva frente a las antitesis existenciales, su conciencia de la precariedad y de la pérdida, con su lúcida  constatación del inexorable transcurso temporal fueron maestros de clarividencia. Los hombres y mujeres del Barroco, indagaron en los enigmas metafísicos y también en  los enigmas de lo físico y corrieron el velo que separa la realidad de la apariencia.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son.
Estas palabras que Calderón pone en boca de Segismundo nos interrogan desde el pasado y abren una dolorosa  grieta en este presente donde lo efímero es dueño y señor de lo concreto y lo  abstracto, de la acción y del pensamiento, del deseo y   la práctica.
A veces nos sentimos poderosos e imbatibles. Un éxito laboral o profesional, un amor correspondido, un buen negocio, cierto ascendiente sobre el prójimo, una vida de placer  pueden ser el punto de partida de un envanecimiento que no es más que eso. Un vacío que se llena con estopa. El golpe de dados que no abolirá el azar.
Quevedo lo expresa, con  el vigor que lo caracteriza,  en un soneto:
Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
Éste es también  un fin de año difícil para el país. No nos podemos hacer los distraídos respecto de las encrucijadas que nos plantea. Momento de movilizaciones e incertezas. Y, sin embargo, el ritual nos impone que levantemos la copa en un brindis. Y no está mal que lo hagamos porque nos  queda la esperanza,  que no es una palabra vacía ni un término ocasional. El valor de esta palabra es que cada uno puede llenarla, libremente,  con  todo lo mejor que haya sabido atesorar con vistas al futuro. La esperanza nos guía e  ilumina en medio de cualquier noche.
En mi caso he vuelto mi mirada nada menos que al siglo XVII, a los grandes maestros del pensamiento para encontrar en ellos  algunas respuestas a las preguntas que el mundo actual esquiva por  múltiples razones y sinrazones. Encuentro en ellos la fe en la reflexión siempre necesaria para encarar lo  que está por venir. La   vertiginosa circunstancia  actual rehuye el dolor que significa asumir el aislamiento en una torre,  en algo parecida a la que encierra al Segismundo calderoniano. La torre del  individualismo y la claudicación.

Fuentes: Calderón de la Barca, Pedro, La vida es sueño, Zaragoza, Editorial Ebro,   
               1959.
               De Quevedo, Francisco, Sonetos líricos, Buenos Aires, Editorial Huemul, 
               1969.        

FERNANDO PESSOA: Natal

Nasce um Deus. Outros morrem. A verdade
nem veio nem se foi: o Erro mudou.
Temos agora uma outra Eternidade,
e era sempre melhor o que passou.

Cega, a Ciência a inútil gleba lavra.
Louca, a Fé vive o sonho do seu culto.
Um novo Deus é só uma palavra.
Não procures nem creias: tudo é oculto.

Fuente: Pessoa. Poesía Completa. Tomo I. Barcelona. Ed. Libros de Río Nuevo, 1983.

Navidad

Nace un Dios. Otros mueren. La verdad
no vino ni se fue: el Error cambió.
Tenemos ahora otra Eternidad
y era siempre mejor lo que pasó.

Ciega, la Ciencia, la estéril gleba labra.
Loca, la Fe vive el sueño de su culto.
Un nuevo Dios es solo una palabra.
No busques ni creas más: todo es oculto.

Traducción: Santiago Kovadloff

miércoles, 14 de diciembre de 2011

SE ACERCA FIN DE AÑO...

Se acerca fin de año, época de balances.
Hace ya once meses que el blog está en pie. He tratado de poner lo mejor de mí para que este lugar sea un espacio grato y para que a través de él se difunda  la literatura y el  arte.
Su contenido no  es tendencioso ni apunta a la confrontación denigrante. Tampoco persigue ningún interés de ganancia material o conveniencia especulativa. Simplemente  trato de devolver   en estas páginas un poco de lo bueno que la sociedad me dio: la posibilidad de leer, de  escribir, de tener conciencia crítica, de  poseer  la voluntad y el gusto por  construir, a pesar de que las circunstancias personales me impongan, como a todos, ciertos límites, y el entorno no sea muy estimulante.
Ha habido hasta ahora  numerosas entradas no solo de Argentina sino también de otros países, algunos bastante lejanos. Agradezco las visitas y, de paso, aclaro que no está prohibido hacer comentarios. Todo lo contrario. Los comentarios enriquecen el blog y le dan una conformación dialógica siempre interesente. Trato y seguiré tratando  de que  este lugar de reunión  responda  tanto en  el fondo como en la forma  al  respeto por la pluralidad.
En un mundo en crisis no es fácil abrirse camino.  Y, sin embargo, no  puede dejar de tenerse en cuenta que la crisis es por definición un momento decisivo y como tal   nos impone  un estado de alerta y  de profunda reflexión. Por otra parte,   y aunque resulte lamentable decirlo, en mi país no está instalada la cultura del diálogo y el individualismo exacerbado constituye una valla para cualquier  valoración y más aún para la puesta en práctica de actividades que propendan a ideales humanistas.   Esta falla  puede apreciarse   en los más diversos ámbitos. Incluso en el de las ideas y el trabajo intelectual.
Lejos de amilanarme ante semejantes perspectivas me he impuesto este trabajo como una forma de mejoramiento de mi propia interioridad y un modo de tender un pequeño y modesto puente para acceder a la voz y el pensamiento de los otros.
Las puertas virtuales están abiertas a todos aquellos que quieran enviar colaboraciones, siempre y cuando éstas respondan a un cierto nivel de calidad y  a una auténtica vocación creadora.
Doy las gracias a todos los amigos que me han alentado en este emprendimiento.

domingo, 4 de diciembre de 2011

CESARE PAVESE: Il mestiere di vivere

  • 1935
17 de noviembre.
 …hacer poesía es como hacer el amor: no se sabrá nunca si la propia alegría es compartida.
  • 1938
9 de septiembre.
 La guerra nos hace bárbaros porque, para combatirla, hay que endurecerse con respecto a todo sentimiento y adhesión a valores delicados, hay que vivir como si estos valores no existiesen; y, una vez terminada, se ha perdido toda elasticidad de volver a estos valores.
  • 1939
14 de diciembre.
Se necesita la riqueza de experiencias del realismo y la profundidad de sentido del simbolismo.
Todo el arte es un problema de equilibrio entre dos opuestos.
  • 1940
12 de octubre.
 El amor tiene la virtud de desnudar no a los amantes uno frente al otro, sino a cada uno de los dos frente a sí.
  • 1943
11de noviembre.
Contar las cosas increíbles como si fueran reales: sistema antiguo; contar las reales como si fuesen increíbles: moderno.
  • 1945
22 de noviembre.
No nos liberamos de una cosa evitándola, sino solamente atravesándola.
  • 1948
5 de marzo.
 En el fondo la inteligencia humanista –las Bellas Artes y Letras- no sufrieron bajo el fascismo; podían desencapricharse, aceptar cínicamente el juego. Donde el fascismo vigiló fue en el pasaje entre intellighentsia y pueblo; mantuvo al pueblo a oscuras. Ahora el problema es salir del privilegio –servil- que gozamos y no “ir hacia el pueblo” sino “ser pueblo”, vivir una cultura que tenga raíces en el pueblo y no en el cinismo de los libertos romanos.
  • 1949
23 de agosto.
 En arte no se debe partir de la complicación. A la complicación hay que llegar. No partir de la fábula de Ulises simbólica, para asombrar; sino partir del humilde hombre común y, poco a poco, darle el sentido de un Ulises.

Fuente: Pavese, Cesare, Vittorini, Elio, Diarios de vida y obra, Buenos Aires, CEDAL, 1983.

sábado, 26 de noviembre de 2011

SYLVIA PLATH: La despedida del fantasma

Viene la gélida tierra de nadie, hacia
las cinco de la madrugada, el vacío incoloro
en que la cabeza despierta destruye
confuso caos de sulfúreos sueños e incógnitas
lunares que, soñadas, parecen hondas,

prepárase a enfrentarse con la creación
alerta de sillas, mesas y sábanas arrugadas.
Éste es reino de inciertas apariciones,
fantasma oracular que oscila sobre  flacas piernas
ante un bulto de ropa sucia, lás sólitas sábanas

enhiestas, mano simbolizando adiós.
En este punto entre dos mundos, dos modos de tiempo
incompatibles, es la materia prima
de nuestros pensamientos rutinarios quien captura
el halo présago de ambrosía. Y vase.

Silla y mesa: jeroglíficos de frases
divinas, que nosotros, al despertar,
desoímos: y estas sábanas nos hablan en un idioma mudo
de un mundo, y luego se deshilachan,
un mundo que perdimos despertándonos.

Sus harapos le traicionan en el extremo
de la visión humana, este fantasma levanta
la mano en alto, adiós, adiós, no desciende
al buche rocoso y hondo de la tierra
sino a una región donde nuestra atmósfera densa

cede y Dios sabe lo que en ella palpita.
Una admiración delimita este cielo
en naranja sonoro como estelar zanahoria.
Su sonoro período, verde y lueñe,
ciérnese junto al primer punto, el punto inicial

del Edén, junto a la curva luna nueva.
Véte, fantasma de mis padres,  fantasma nuestro, de
nuestros sueños primeros, en estas sábanas
que claman nuestro origen y nuestro fin
a la tierra de nunca, de multicolores ruedas

de alfabetos prístinos y de mugientes
vacas que lindan lunas tan nuevas como la cúspide
capital hacia donde va nuestro viaje.
Adiós, adiós, buen día, hasta más ver,
oh guardián del Grial profano, del soñador cráneo.

Fuente: Plath, Sylvia, Antología, Madrid, Ed. Visor Libros, 2003.

Sylvia Plath  nació en  Boston el 27 de octubre de 1932 y  murió, por propia voluntad,  en Londres, el 11 de febrero de 1963.

No sé si cabe. Un comentario, digo. A través de su lectura encontré las luces y las  sombras de una vida que conoció de cerca el dolor y también la exultante alegría de buscar en las palabras, en la imágenes sonoras, salvajes, plenas de lucidez y de oscuros presagios, la desafiante energía que hace falta para decir en un poema aquí estoy con mi carga de pesadumbre a cuestas, pero también con la certeza de mi vocación, más allá de cualquier designio, de cualquier marca lacerante. Una voz con la característica fulmínea del rayo, que restalla e ilumina. Padeció estados depresivos, internaciones psiquiátricas, inclinaciones suicidas.  En su poesía se halla la más  cabal razón de pervivencia,  el fulgor de una creación absolutamente personal,   perturbadora e ineludible.

jueves, 17 de noviembre de 2011

EL OJO Y EL ALMA DE UN/A ESCRITOR/A

Para ser escritor o escritora no hace falta solamente ponerse a escribir. Escribir es la forma de darle cauce a un modo de pensar y de ver. La persona apática no podría tener esa preferencia, tampoco el insensible, ni el que carece de curiosidad, ni el conformista o desapasionado. Porque escribir comienza mucho antes que escribir. Comienza en una vaga sensación, en  una especie de inestabilidad a la que nadie, ni siquiera un médico podría  encuadrar  dentro de posibles sintomatologías.
El ojo de quien escribe capta los gestos más imperceptibles, las miradas más evasivas, el modo de estar o de no estar de quienes lo rodean, la apertura o el sostenimiento de un diálogo, los puntos suspensivos que se dibujan después de una presencia. Pero el ojo no delimita. No es un ojo figurativo ni, mucho menos asertivo, sino impresionista. Lo que se recorta sobre una superficie es sólo un recorte porque más allá del sentido de la vista existe ese otro ojo interior que es la intuición. El escritor sospecha. Sospecha hasta de su propia mano corriendo por el teclado. Sabe o atisba que la materia con que trabaja es cambiante e inaprensible . Sin ser psicólogo indaga en las conductas. Sin ser sociólogo estudia el entramado social. Sin ser arqueólogo rebusca entre osificaciones. Sin ser antropólogo espía en los secretos de las tribus. Todo  en  uno.
¿Cómo es el alma de quien escribe? Diversa y oscura como un pozo sin fin. Ya que el alma está en el extremo del ojo. Y  sobre un ojo en permanente actitud de alerta, poco y nada   cabría afirmar. La escritura es una construcción hecha a base de tiempo. Lo que hoy es un borrón mañana podría convertirse en letra viva o letra muerta, según el empeño con que se trate de leer en esa mancha de tinta o según la mancha se eleve o no  al rango de  matriz indispensable. Y mientras tanto  la mente va y viene, incansable, obsesiva.
Inspiración suena a romanticismo. Es un término  con connotaciones casi diría sobrenaturales que, si bien no deja de encajar en un mundo donde la virtualidad lo ha  pasado a reemplazar, no me parece del todo convincente.  Hay un trabajo previo de la mirada unida fuertemente al olfato y un trabajo posterior de armado del rompecabezas. Entre esas dos instancias un destello, una chispa,  o tan solo  un ascua puede encender la hoguera en que el texto arderá, pudiendo a veces abras/zar a quien lo engendra.

lunes, 7 de noviembre de 2011

POESÍA Y LOCURA

Canto del cisne

Demencia:
el camino más alto y más desierto.

Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes
afónicas lamentaciones.

Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.

Se erizan los cabellos del espanto.

La mucha luz alaba su inocencia.

El patio del hospicio es como un banco
a lo largo del muro.

Cuerdas de los silencios más eternos.

Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.

¿A quién llamar?
¿A quién llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?

Se acerca Dios en pilchas de loquero,
y ahorca mi gañote
con sus enormes manos sarmentosas;
y mi canto se enrosca en el desierto.

¡Piedad!

Fuente: Fijman, Jacobo, Obra poética I: Molino rojo. Hecho de estampas, Buenos Aires, Editorial Leviatan, 1998.

Carta a los directores de los asilos de locos (frag.)

  Afirmamos que gran parte de sus internados –completamente locos según la definición oficial- están también recluidos arbitrariamente. Y no podemos admitir que se impida el libre desenvolvimiento de un delirio, tan legítimo y lógico como cualquier otra serie de ideas y de actos humanos. La represión de las reacciones antisociales es tan quimérica como inaceptable en principio. Todos los actos individuales son antisociales. Los locos son las víctimas individuales por excelencia de la dictadura social. Y en nombre de esa individualidad, que es patrimonio del hombre, reclamamos la libertad de esos galeotes de la sensibilidad, ya que no está dentro de las facultades de la ley el condenar a encierro a todos aquellos que piensan y obran.
   Sin insistir en el carácter verdaderamente genial de las manifestaciones de ciertos locos, en la medida de nuestra aptitud para estimarlas, afirmamos la legitimidad absoluta de su concepción de la realidad y de todos los actos que de ella se derivan.

   Esperamos que mañana por la mañana, a la hora de la visita médica, recuerden esto, cuando traten de conversar sin léxico con esos hombres sobre los cuales –reconózcanlo- solo tienen la superioridad que da la fuerza.

Fuente: Artaud, Antonin, Carta a los poderes, Buenos Aires, Editorial Argonauta, 1988.

Una aproximación a Artaud (frag.)

Artaud sugiere la existencia de una afinidad natural entre genio y locura en un sentido mucho más preciso del que daban los románticos. Pero, aún denunciando a la sociedad que aprisiona a los locos y afirmando que la locura es el signo exterior de un profundo exilio espiritual, Artaud nunca sugiere que haya algo liberador en perder la razón.
(…)
Acaso los locos conozcan de tal manera la verdad, que la sociedad se venga de esos videntes proscribiéndolos. Pero estar loco también es un dolor interminable, un estado que hay que trascender, y es este dolor el que Artaud expresa imponiéndolo a sus lectores.

Fuente: Sontang, Susan, Bajo el signo de Saturno, Buenos Aires, Ediciones Debolsillo, 2007.

sábado, 22 de octubre de 2011

MIS POEMAS: Laberinto musical

Laberinto musical. Desgarrada sonoridad oculta en el paisaje urbano.
Mendigos que iluminan con linternas de delirio las calles despobladas.
Prostitutas adheridas como enredaderas a los troncos de los árboles.
Duendes muertos de sed.
Hombres y mujeres, a orillas de la oscuridad y la ternura.
Pumas y linces afilando sus garras y sus ojos.
Hay algo de títere en la gestualidad de las calles,
algo de medio luto en la inflorescencia lila de los jacarandáes,
un rictus de penumbra... Pero los túneles de las notas y
las puertas abiertas de las síncopas permiten deslizarse
hacia otras zonas. El gemido del bandoneón ramifica
y todo se cubre de una vegetación casi selvática. Exuberancia y limpidez, tonos y semitonos
incendiarios, espirales de hojas sobre la tersura del silencio.
Las orejas parecen ojos y los ojos imitan a las manos en su acción de aferrar. El tacto se vuelve raíz, el paladar implora cierto regusto
de tabaco y desdén.
Aspero y salvaje, el fuelle recorta la melodía. Le da forma de puñal y con su filo escarba
la inmóvil turbulencia callejera, las figuras de cera del museo animado. Allí donde  impera el ritual del extravío y las imágenes desimaginan,
allí donde se desprende la violencia desolada de un trozo de mampostería y cae
en  las bocas desmesuradamente abiertas. Cae y el silencio
aprisiona la lengua. La dureza del cemento sella las comisuras de los labios. Solo mirar.
Una inmensa rosa abre sus pétalos sobre la luz. Ilumina musicalmente el laberinto por donde las pisadas se pierden y reencuentran. Y el pasado regresa con su ademán de pesadilla. La música envuelve en su celofán de disonancias la escena repetida. Suburbios de la pasión hecha añicos en el drama del pasadizo. ¿Antes o ahora? Puro instante de eternidad en las esquinas de una ciudad donde una rosa arde incontenible, nimbada de aquiescencia sonora, bravía como un huracán. ¿Entonces o después? Hermandad de los ruidos contrapuestos. ¿Aquí o allá? Un país de humo se esconde tras el telón.
De este lado, los instrumentos resuenan como un bosque, mientras se dibuja sobre el pentagrama esta tormenta que borra límites y acerca la inmensidad a cualquier parte. 

Del poemario: Homenajes.


sábado, 15 de octubre de 2011

MIS CUENTOS: CONCIERTO

Afuera es invierno y el intenso frío agarrota hasta el alma. Pero, la  cobertura plástica que hace las veces de salón auditorio resguarda a los oyentes de las inclemencias del tiempo. He conseguido un buen lugar, a distancia prudencial del improvisado escenario. Transcurren unos minutos antes de que comience a tocar la banda. Minutos durante los cuales  los técnicos prueban amplificadores, luces, distribuyen lugares y micrófonos. Mientras tanto, entorno mis párpados y  me predispongo para lo que viene. La tristeza parece ceder un poco.  Tristeza insidiosa, ladrona de vida,  me digo.  Y sé que sólo algo que valga verdaderamente  la pena podrá librarme, aunque sea por un breve tiempo, del “bajón”.
  De pronto, irrumpe la música. Me enderezo en el asiento y puedo ver a los ejecutantes como a través de un velo encendido. Mi mirada se detiene en los ojos del trombonista.   En su levísimo movimiento.  Si se quiere, en el fondo casi de sus  percepciones.  El hombre parece notarlo, aunque de hecho no pueda individualizarme. Desde la tarima sería imposible   distinguir a alguien del público en particular. Y, sin embargo, siento que me roza con su mirada que  va y viene de un punto a otro de la platea. Sopla con mucho  brío su instrumento,  casi con bravura.  Aunque, por momentos, su   forma de modular se  confunda con las  demás del grupo. Desde mi lugar   puedo    advertir cómo los límites de su silueta se  dilatan en el movimiento de la vara que va y viene. Es que  la vibración lo traspasa y  el cuerpo, entregado al ritmo,  se balancea con gracia y espontaneidad.
   La tensión afloja,  como si me fuera desprendiendo de una dura cáscara, porque la música me golpea los tímpanos y conmueve todo mi ser.  Me envuelve la  voz compacta del saxo, la agitación de los platillos, la  punzante sonoridad del clarinete, la quejumbre sincopada del banjo. El jazz trepida como el ramaje de un bosque encantado. Y cuando quiero acordarme mis ojos   siguen clavados en el  trombonista.  Sacudida por el vendaval sonoro y hasta quizás un poco fuera de mí, llego a pensar que me sonríe, a mí sola, como si me estuviera dedicando su actuación. Despacio, mis sensaciones se  van  desprendiendo del estado anterior.   El  músico arremete a cada instante con energía y mis  hombros se distienden.  Cede ese dolor de aguja en la base  del cuello, la cabeza se menea hacia un lado  y otro.  Me reacomodo en el asiento. Las piernas cimbran. Sin darme cuenta, me he quitado los zapatos y los pies libres dan pequeños golpes sobre el frío cemento  del piso. Cierro los  ojos y me zambullo en el goce de una estridencia que me libera de los  ruidos de afuera, de ese sentimiento de intemperie que me molesta con demasiada frecuencia. Y,  desconectada del lugar donde estoy, veo cómo se van haciendo cada vez más  nítidas las siluetas de los negros  en las plantaciones, jadeantes, sudorosos,  embrutecidos por el peso del  trabajo a destajo, oliendo a fuego y a ceniza, pero cantando, inventando una melodía que los nombre, que dé identidad a su grito ahogado. Y las imágenes que  logro entrever no están aquí pero son tan vívidas que las siento  fluir  dentro de la sangre que circula por mis venas,  y salen y se atropellan a través de  los labios que oprimen la boquilla del trombón. Este hombre me está contando una historia.  Y con ella moviliza  y  desmonta el acartonamiento escenográfico de esa otra   megahistoria que nos  incluye a ambos. Me transmite una señal luminosa.
   En el breve lapso entre cada una de las interpretaciones, pestañeo y una  tibieza solar me invade y, sin querer, busco el rostro del músico en el cual se refleja  una alegría intensa. De pronto, el trombonista está a mi lado.   Y entonces, el color desvaído que me aprieta por dentro empieza a entonarse, y las  claves de sol, que por razones técnicas han quedado fuera de su pentagrama, se acurrucan en el hueco de mis manos. Ejecuta su música tan solo para mí. Para que el laberinto de mi oreja perciba los sonidos que se remontan a través de la  noche de mi inacción.   Como si yo fuera su invitada de honor en esa  fiesta. Fiesta en la que, por otra parte, él participa en calidad de uno más.  Y sin embargo, a pesar de ser sólo una parte de un todo orquestal, sus labios articulan   signos que responden  a una notación  expresiva única y absolutamente propia.
Se nota que lo que hace le produce  placer, y tanto que,          llevado por el entusiasmo, sin darse cuenta, da un paso en falso y al chocar contra la madeja de cables, trastabilla. Uno de los compañeros debe sostenerlo. Y entonces, recién entonces,  me doy cuenta de que es un no vidente. ¡Qué término tan equívoco para nombrar la oscuridad absoluta que niega los contornos de la apariencia! Y luego pienso en la escasez de miras de tantos, entre los cuales, no puedo,  a veces,  dejar de incluirme.  A pesar de  tener una visión  sin   preocupantes disminuciones orgánicas,  hasta el momento no me  había  dado cuenta de su ceguera. Claro que la tenía bien disimulada, me digo. Aunque, en realidad,  intuya que  la distracción mía o la de cualquiera,  comienza en la invisibilidad del otro. Toca como si el mundo le sonriera. Me entrega otra mirada, más intensa quizás, menos a ras de la superficie,  para que borre la impiedad que me lastima e inmoviliza mis sensaciones. Su melodía no se deja  vencer por el barullo, ni por el desdeñoso silencio. Es un soplo que llega desde el fondo de un pantano al  que él ha sabido darle otro significado o, al menos, algún significado. Un llamado que atraviesa el sufrimiento y se convierte en voz  amigable.
    Una vez acabada la función, los oyentes aplauden y los músicos agradecen el homenaje del público con algunos chistes amenos, de los que suelen  sacar de la manga esa especie de magos que integran las bandas de jazz. Después, ejecutantes y público salen por la misma puerta – ya he explicado que no se trata de un teatro sino de una  carpa de plástico en medio de un gran predio dedicado a eventos culturales. Al trasponer la rampa me topo  frente a frente con el trombonista. Sale feliz, conversando con uno de sus compañeros que lo lleva del brazo. Por mirarlo,  tropiezo con el felpudo y estoy a punto de caer. Me ataja.
-         Huy, disculpe, qué torpe que soy.
-         No, no es nada. ¿Cómo puede ser torpe alguien con tan linda voz?- me responde con simpatía mientras se sonroja.
   El piropo me sienta bien. Doblemente halago por provenir de quien no puede verme y con inesperada cordialidad disimula mi carencia de movimientos más gráciles.  Y es como si apreciara la música que llevo dentro y me cuesta tanto manifestar. Tal vez,  mi  mejor tono.  Pero no me conoce, ni yo a él. Lo he visto actuar hace un momento. Pude apreciar el impetuoso sonido de su trombón,  la modulación de notas que entreteje la vara. El, sólo ha  escuchado de mí, unas pocas palabras, una disculpa convencional, irrelevante como cualquier otra. Ningún otro dato ni sugerencia que lo lleve a  adivinar que su imagen ha quedado grabada en el archivo sonoro de mi memoria. Lo observo mientras se aleja, guiado por su lazarillo y otra vez la música  ronda mis oídos y gracias a  ella me siento mejor.
   Entre el gentío que se encamina a la salida, lo pierdo de vista. Aunque no del todo. Las palabras, con su resonancia  magnética, hoy, como si tal cosa, lo han traído de vuelta para que más allá del punto que cierra el texto, recomience el concierto.


El cuento pertenece al libro inédito Perfiles urbanos.

martes, 11 de octubre de 2011

LUIS FERNANDO VERÍSSIMO: Recriação

RECREACION

Dios suspiró. Estaba cansado. Hace billones de años, cuando era más joven y ambicioso, la idea de crear un Universo no Le había parecido absurda. Ahora se arrepentía. El emprendimiento había escapado a Su control. No conseguía acordarse ni siquiera de cuántas lunas tenía Saturno. Estaba, definitivamente, volviéndose viejo.
Miró en torno a la mesa de reuniones. Su presencia allí era innecesaria. Como Director-Presidente tenía la última palabra, pero las decisiones eran tomadas por Su asesoría. Aquellos jóvenes tecnócratas pensaban que tenían la respuesta para todo. Querían transformar  su proyecto en algo más moderno y dinámico. Pero el trabajo  en sí  había sido de Él. Había creado todo literalmente de la nada. Cuando ellos no habían ni siquiera nacido. Pero paciencia. Era preciso acompañar a los tiempos. Ordenó que comenzaran los trabajos, vetando la propuesta del asesor de RP  de que todos se uniesen en una oración. Odiaba a los chupamedias.
-¿Cuánto tiempo llevará la Recreación?- preguntó.
El coordinador del proyecto vaciló. El Viejo, como siempre, quería respuestas simples y directas. Con El era todo luz, luz, tinieblas, tinieblas. Pero las cosas ya no eran tan simples. El Director de la División de Obras intervino.
- Precisamos hacer un análisis de costos, después un organigrama, un  diagrama de flujo,
un ...
- Yo  hice todo en seis días _ interrumpió el Director Presidente. - Y solito. Solo descansé el domingo. En mi tiempo no existía el sábado inglés.
Otra vez Él volvía a la carga con sus recuerdos. Nadie negaba Su valor. Pero el tiempo de los pioneros ya había pasado. Ahora era el tiempo de los técnicos. De los gerentes. De los especialistas.
- Pienso que deberíamos comenzar cerrando la Tierra - arriesgó el Director Financiero.
Aquel era un asunto delicado. El Viejo tenía una predilección especial por la Tierra. Inclusive por cuestiones familiares. Pero Él se quedó en silencio. El Director Financiero continuó:
- Creo que la Tierra ya dio lo que tenía que dar. Todos sus recursos están agotados. No es lo más rentable. No hay cómo recuperarla. Debemos acabar con ella antes de que comprometa a todo el Grupo.
-  ¿Usted quiere decir simplemente... liquidarla?
- Eso. Dudo que algún otro grupo quisiese comprarla. Ni siquiera un grupo árabe. Nuestro representante allá, el papa, recibiría una indemnización, claro. O sería llamado para acá. No veo mayores problemas. Y tendríamos que descontarlo en el impuesto a la renta...
El asesor de RP mostró alguna preocupación.
- En términos de imagen, quedaría mal.
- ¿Por qué? - preguntó el Director de Planeamiento e Investigación -  Ya eliminamos miles de otros planetas, algunos bastante mayores. No pasa un día sin que tiremos abajo una estrella.
- Ya, ya...
- Administrar un Universo es un proceso férreo, mi querido.
Tenemos un proyecto para cumplir, metas para alcanzar. No podemos quedarnos preocupados por el planetita...
- El  problema fue el tipo de colonización elegido para la tierra - observó el Director Financiero, mirando con el rabillo del ojo al Viejo. - Desde el principio, con la pareja aquella, ya se podía suponer que no iba a salir bien. Muy ingenuos, sin iniciativa...
- Quién sabe - sugirió el asesor de RP - ¿si rehacemos la Tierra en otros moldes, más empresariales? Días más largos, para aumentar la productividad y bajar la natalidad. Una nueva inyección de petróleo...
- Olvídelo - dijo el Director Financiero. - La Tierra no tiene más arreglo. Fue muy mal administrada. Está fundida. Solo estaríamos prolongando su agonía, con subsidios. Propongo el cierre.
La propuesta fue aceptada por mayoría. Habían pasado a discutir el formato que tendría el nuevo Universo. La idea era aumentar la centralización, acabar con la expansión constante, para facilitar la administración, y disminuir los costos de la manutención...
En la cabecera de la gran mesa, el Viejo parecía dormir.


Fuente: Veríssimo, Luis Fernando, A mãe do Freud, San Pablo, L&PM Editores, 1987
Traducción: María Cristina Arostegui

 La crisis socioeconómica mundial es suficientemente grave como para no tomarla  en  cuenta.    Autoconvencernos de que por su ajenidad no puede alcanzarnos es, según mi modesto criterio, un disparate o un embuste.
La literatura tiene,  a veces, algo  de  predicción. La mirada del escritor puede ser incisiva y, de algún modo, adelantarse a las miradas más impasibles de los que andan por el mundo sin ver del todo claro o esquivando la posibilidad de ver claro porque acarrea angustia, incertidumbre o porque contradice sus propias expectativas . El texto de Veríssimo tiene sus años y  además  es pura ficción. Sin embargo la alta cuota de ironía e irreverencia que contiene debería, al menos, sacudirnos. Parafraseando a Sábato: Una de la misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo.Cada uno es dueño de reaccionar o no  ante la chicharra o los acordes musicales del despertador. Quien se haga el dormido, que luego se atenga a las consecuencias.

Nota aclaratoria: el tamaño de fuente del texto Recreación no responde a intenciones de minimizar el valor de su contenido sino a un simple capricho tecnológico. A pesar de insistir por todos los medios a mi corto alcance con el tamaño doce, que es el usual en mis publicaciones,  la maquinaria lo achicó. Eso me da pie para una reflexión: La tecnología muchas veces nos gana de mano. Pero la idea no se doblega aunque la minimicen.


jueves, 29 de septiembre de 2011

POESIA ARGENTINA ACTUAL- Poemas de Dolores Etchecopar

de: La muñeca del verdugo

esta avalancha
donde no puedo hablar
y abrir la ventanas
tuerce las indicaciones
de la expulsada voz
el salto del niño y del lobo
que aparecen en el vidrio
puede extinguirse
mi lengua atascada en la demolición
del antiguo silencio
a veces se ilumina
con un relámpago de imprecaciones
a la enemiga
a la guardiana del funesto susurro
que ha revisado todo mi cuerpo
buscando un borde
para arrojarme

de: Vacilación de los árboles y los muertos

ráfagas del país oscuro
ocultan tu sonrisa atrapada
en el holocausto
bajo los manteles de la noche
ya no se escucha el sonido de las palabras
el alarido que lleva mi pensamiento
se detiene bruscamente
en la mirada de mi pequeña hija

Fuente: Etchecopar, Dolores, Canción del precipicio (1989-1993), Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano S.R.L, 1994

miércoles, 21 de septiembre de 2011

CARLOS DRUMOND de ANDRADE: Estética musical

A rosa no vaso
já não te seduz.
Rosa na roseira
é a que te alumbra.
Pendente do galho,
é muito mais rosa.
O vaso é a violência
contra a rosa pura,
contra a forma pura,
dom da natureza
que não merecemos.

Fuente: Drumond de Andrade, Carlos, Poesia errante, Rio de Janeiro, Editora Record, 1996.

lunes, 19 de septiembre de 2011

viernes, 16 de septiembre de 2011

DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO: pensamiento y acción

En el mes en que todos recordamos y celebramos a los Maestros, algunas reflexiones del  laborioso y apasionado sanjuanino:

“La riqueza de los pueblos modernos es hija de la inteligencia cultivada. Foméntanla caminos de hierro, vapores, máquinas, fruto de la ciencia; dan la vida, la libertad de todos, el movimiento libre, los correos, los telégrafos, los diarios, la  discusión, la libertad, en fin.¡Bárbaros! Os estáis suicidando; dentro de diez años, vuestros hijos serán mendigos o salteadores de caminos.
 (…)
¿Cómo se forman las ideas? Yo creo que en el espíritu de los que estudian sucede como en las inundaciones de los ríos, que las aguas al pasar depositan, poco a poco, las partículas sólidas que traen en disolución, y fertilizan el terreno.
 (…)
Hay  en Chile personas candorosas que temen mis ideas, un poco libres en materias filosóficas, lo que lejos de ocultar, me hago un deber y  un honor en mostrar a todos, porque la idea sola del disimulo me indigna. Jamás aceptaré sujeción ninguna, impuestas por preocupaciones estúpidas del vulgo, o por la intolerancia de los clérigos españoles. Pero para la educación primaria son otros los principios que me guían. Las altas cuestiones filosóficas, religiosas, políticas y sociales pertenecen al dominio de la razón formada; a los niños, solo debe enseñárseles aquello que eleva el corazón, contiene las pasiones y los prepara para entrar en la sociedad.
 (…)
Desde niño he enseñado lo que yo sabía a cuantos he podido inducir a aprender. He creado escuelas donde no las había, mejorado otras existentes, fundado dos colegios, y la escuela Normal me debe su existencia.”

Fuente: Sarmiento, Domingo Faustino, Recuerdos de Provincia, Bs. As., Editorial Tor, s/fecha.

viernes, 19 de agosto de 2011

FEDERICO GARCIA LORCA: Su trágica muerte el 19 de agosto de 1936


 Romance de la luna, luna

a Conchita García Lorca

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido,
mueve la luna sus brazos
y enseña lúbrica y pura
sus senos de duro estaño…





Cuando saqué estas fotos, de inmediato pensé en García Lorca. Y sus versos me llevaron de nuevo a la adolescencia, época en que los recitaba en voz alta, profundamente conmovida por esa poesía de imágenes relumbrantes y  con un dramatismo donde se funden y confunden paisaje y sentimientos.
Las fotos han captado un instante en que la naturaleza se ha mostrado poética, sin mediación de palabras, sin artilugios retóricos, sin ningún otro mensaje que el que expresa la dinámica lunar captada por la lente.
¿Por qué  me he acordado de estas fotos que saqué hace ya tiempo y de este fragmento poético  para el cual la luna parece haber estado especialmente dispuesta a posar? Porque hoy se cumplen setenta y cinco años de la  muerte del poeta andaluz.
En la madrugada del 18 al 19 de agosto de 1936 fue fusilado en la zona de Los Pozos, en el barranco de Víznar.
  Un mes antes habían matado a su cuñado, el alcalde socialista Manuel Fernández Montesinos. García Lorca se refugió durante ocho días en una casa de la calle Angulo, perteneciente a la familia Rosales Camacho. Por ser los Rosales de filiación falangista, habrá pensado que allí se encontraría en lugar seguro. Lamentablemente, el refugio no lo puso a salvo. De allí  salió como prisionero del Gobierno Civil, donde pasó tres días, durante los cuales sufrió torturas, a pesar de los reclamos que ante las autoridades efectuaran sus amigos, el poeta Luis Rosales y  el músico Manuel de Falla. Finalmente  fue trasladado a La Colonia,  edificio enclavado junto a la acequia de Aynadamar, que antes había sido residencia veraniega para niños granadinos. Triste coincidencia es que la denominación Aynadamar signifique en español: Fuente de las lágrimas.
Las razones de la muerte resultan bastante confusas. Entre las hipótesis  señaladas por algunos biógrafos se entretejen causas políticas   (su filiación ideológica), personales (su condición de homosexual) y también una maraña de rencillas y delaciones.
Junto con otros prisioneros fue a parar a una fosa común. Sin embargo, hoy crece un olivo en el lugar donde se cree fue asesinado. El barranco de tan triste recordación  está entre  las poblaciones  de Víznar, donde se encuentra la fuente de Aynadamar, que a través de un entramado de acequias provee agua al barrio granadino de Albaycin  y Alfacar (centro de la vega de Granada). Ambas poblaciones,  que responden a topónimos de origen árabe, fueron devueltas al poder de los reyes Católicos  con arreglo a la capitulación del 22 de diciembre de 1491, después del sitio de Granada.



PABLO NERUDA: Oda a Federico García Lorca  (frag.)

Ven a que te corone, joven de la salud
y de la mariposa, joven puro
como un negro relámpago perpetuamente libre,
y conversando entre nosotros,
ahora, cuando no queda nadie entre las rocas,
hablemos sencillamente como eres tú y soy yo:
¿para qué sirven los versos si no es para el rocío?
Para qué sirven los versos si no es para esa noche
en que un puñal amargo nos averigua, para ese día,
para ese crepúsculo, para ese rincón roto
donde el golpeado corazón del hombre se dispone a morir?

Sobre todo de noche
de noche hay muchas estrellas,
todas dentro de un río
como una cinta junto a las ventanas
de las casas llenas de pobres gentes.

Alguien se les ha muerto, tal vez
han perdido sus colocaciones en las oficinas,
en  los hospitales , en los ascensores,
en las minas,
sufren los seres tercamente heridos
y hay propósito y llanto en todas partes:
mientras las estrellas corren dentro de un río interminable
hay mucho llanto en las ventanas,
los umbrales están gastados por el llanto,
las alcobas están mojadas por el llanto
que llega en forma de ola a morder las alfombras.

Federico,
tú ves el mundo, las calles,
el vinagre,
las despedidas en las estaciones
cuando el humo levanta sus ruedas decisivas
hacia donde no hay nada sino algunas
separaciones, piedras, vías férreas.

Hay tantas gentes haciendo preguntas
por todas partes.
hay el ciego sangriento, y el iracundo, y el
desanimado,
y el miserable, el árbol de las uñas,
el bandolero con la envidia a cuestas.

Así es la vida, Federico, aquí tienes
las cosas que te puede ofrecer mi amistad
de melancólico varón varonil.
Ya sabes por ti mismo muchas cosas,
y otras irás sabiendo lentamente.

Fuente: Neruda, Pablo, Residencia en la tierra, Barcelona, Editorial  Seix Barral, 1976.






sábado, 6 de agosto de 2011

CLARICE LISPECTOR: Una gallina

Era una gallina de domingo. Aún viva porque no habían pasado las nueve de la mañana.
Parecía tranquila. Desde el sábado se había replegado en un rincón de la cocina. No miraba a nadie, nadie la miraba. Aun cuando la habían elegido, palpando su intimidad con indiferencia, no habían sabido decir si era gorda o flaca. Nunca se adivinaría en ella un anhelo.
Fue toda una sorpresa cuando la vieron abrir las alas de corto vuelo, hinchar el pecho, y  en dos o tres atrevidos impulsos alcanzar la  baranda del balcón. Vaciló un instante aún – el tiempo en que la cocinera dio un grito – y de inmediato estaba en el balcón del vecino, de donde, en otro vuelo sin gracia, alcanzó el tejado. Ahí se quedó como un adorno dislocado, temblequeando ya en un pie, ya en otro. La familia fue llamada con urgencia y, consternada, vio el almuerzo junto a una chimenea. El dueño de casa, acordándose de la doble necesidad de  practicar esporádicamente un deporte y de almorzar,  vistió, radiante, un  short de baño y resolvió seguir el itinerario de la gallina: con saltos cautelosos alcanzó el tejado donde ésta, vacilante y trémula, elegía con urgencia otro rumbo. La persecución se tornó más intensa. De tejado en tejado fue recorrido más de un cuarto de calle. Poco  habituada a una lucha  tan salvaje por la vida, la gallina tenía que decidir por sí misma los caminos a tomar, sin ningún auxilio de sus congéneres. El chico,  no obstante, era un cazador adormecido. Y por más ínfima que fuera la presa, el grito de conquista había sonado.
Solita en el mundo, sin padre  ni madre, ella corría, respiraba con dificultad, muda, concentrada. A veces, en medio de la fuga, se sostenía ansiosa en el alero del balcón y, mientras el chico trepaba a los  otros con dificultad, tenía tiempo de reponerse por un momento. Y entonces parecía tan libre.
Estúpida, tímida y libre. No victoriosa como sería un gallo en fuga. ¿Qué habría en sus vísceras que hacía de ella un ser? La gallina es un ser. Es verdad que no se podría contar con ella para nada. Ni ella misma contaba consigo, como el gallo  está convencido de su cresta. Su única ventaja era que había tantas gallinas que si una moría, surgiría en el mismo instante otra tan igual como si fuese la misma.
Finalmente, una de las veces en que se detuvo para disfrutar de su fuga, el chico la alcanzó. Entre chillidos y plumas, ella fue aprisionada. Luego triunfalmente  arrastrada de un ala a través de las tejas y dejada, sobre el piso de la cocina, con cierta violencia. Aún atontada, se sacudió un poco, entre cacareos roncos e indecisos.
Fue entonces que ocurrió. Por pura turbación, la gallina puso un huevo. Sorprendida, exhausta. Tal vez fuera prematuro. Pero muy pronto, como había nacido destinada a la maternidad, parecía una vieja madre acostumbrada. Se sentó sobre el huevo y así se quedó, respirando, cerrando y abriendo los ojos. Su corazón, tan pequeño en un plato, elevaba y bajaba las plumas, llenando de tibieza aquello que nunca pasaría de un huevo. Sólo la niña estaba cerca y contempló todo asustada.  En cuanto  logró desprenderse del hecho, se apartó del suelo y salió a los gritos:
-         ¡ Mami, mami, no mates más a  la gallina, ella puso un huevo! ¡Ella quiere nuestro bien!
Todos corrieron de nuevo a la cocina y rodearon mudos a la joven parturienta. Dando calor a su hijo, ella no era ni suave ni arisca, ni alegre ni triste, no era nada, era una gallina. El padre, la madre y la hija la miraron durante un tiempo, sin pensar en nada. Nunca, ninguno había acariciado una cabeza de gallina. El padre finalmente decidió con cierta brusquedad:
-         ¡Si   mandás matar a esta gallina nunca más comeré gallina en mi vida!
-         ¡Yo tampoco! – juró la niña con ardor.
La madre, cansada,  se encogió de hombros.
Inconsciente de la vida que le había sido entregada, la gallina se quedó viviendo con la familia. La niña, al regreso del colegio, tiraba la cartera lejos sin interrumpir la corrida hacia la cocina. El padre, de vez en cuando aún  se acordaba: “¡Y pensar que la obligué a correr en ese estado!”. La gallina se  convirtió en la reina de la casa. Todos, menos ella, lo sabían. Continuó entre la cocina y  la terraza del fondo, mostrando sus dos capacidades: la de la apatía y la del sobresalto.
Pero cuando todos estaban quietos en la casa y parecían haberla olvidado, se  henchía de un pequeño coraje, vestigio de la gran fuga – y circulaba  sobre las baldosas,  el cuerpo  erguido detrás de la cabeza, vagaroso como en un campo, aunque la pequeña cabeza la traicionara: moviéndose rápida y vibrante, como por obra de un viejo impulso de su especie, mecanizado.
Una y otra vez, pero cada vez menos, recordaba de nuevo a la gallina que se había recortado en el aire a la  orilla del tejado, dispuesta a anunciar. En esos momentos henchía los pulmones con el aire impuro de la cocina, y si fuera dado a las hembras cantar, ella no cantaría, pero se quedaría más contenta. Aunque en esos momentos la expresión de su vacía cabeza se alterara. En la fuga, en el descanso, cuando dio a luz o picoteando maíz – era una cabeza de gallina, la misma que había sido diseñada en el comienzo de los siglos.
Hasta que un día la mataron, la comieron y pasaron los años.

Fuente: Lispector, Clarice,  Laços de família, Rio de Janeiro, Editora Rocco Ltda,  1998.
Traducción: María Cristina Arostegui

sábado, 23 de julio de 2011

ENSAYO

Agradezco a la revista digital chilena Cinosargo la reciente publicación de mi ensayo: La palabra: un viaje a través de la noche.

martes, 19 de julio de 2011

MIS POEMAS: Una llama se agita...

Una llama se agita. En su doble apariencia el fuego
reverdece. Testigo y protagonista. Consumado en la cordial
agitación.
Consumido por el ardor. Quema y despierta. Inflama y cede
el paso al follaje. Ramifica.
El fuego se multiplica en bosques mientras los cuerpos abras/zados
florecen. Todo se ilumina.
Sobre la hierba corretean luciérnagas.
Así es como jugamos a aparecer y desaparecer.
Así es como la vida se enciende en cualquier parte.

Fuente: Antología Zapatos Rojos, 2000.

miércoles, 13 de julio de 2011

¿CUANDO SE ESCRIBE?

De noche o de día. En medio de la tranquilidad o el bullicio. Mientras se viaja o encerrado entre cuatro paredes recubiertas de aislante. Da igual. A veces se escribe cuando no se escribe. El impulso irrumpe en un momento cualquiera de la vida. Y la existencia se transforma. Surge el síndrome del cazador. El que apresa una imagen, un ademán, un fragmento de diálogo. La instantaneidad de cualquiera de esas posibilidades se transforma en una fiera al acecho. Se inicia un doble juego: perseguir al perseguidor. La circunstancia puede ser   variable. Lo que importa es que  el ojo ha divisado la presa y su zarpazo amenazante y a la vez  atractivo desgarra nuestra cotidianeidad, nuestras rutinas, nuestro sueño, nuestra convivencia. De pronto el texto nos ronda, espía a través de los ramajes, está agazapado tras un sillón, murmura a nuestras espaldas. Oculto en una cajita que hace tiempo no destapamos, pendiendo del goteo de una canilla, en el tropiezo o la caída que provoca una baldosa floja o un desnivel de la vereda. Y es esa sensación de desequilibrio, de inestabilidad lo que mueve a las palabras, la causa de su descenso y ascenso, el vértigo con que se destraban y entretejen, el mareo que arrastra esa marea. ¿Cuándo fue? ¿Cuándo es? No hay reloj que pueda medir su hora.

sábado, 9 de julio de 2011

OCTAVIO PAZ: Himno futuro

En el Día de la Independencia, qué mejor que convocar a un poeta.

Desde la baja maleza que me ahoga, lo veo brillar, alto y serio. Arde, inmóvil, sobre la cima de de sí mismo: chopo de luz, columna de música, chorro de silencio.
Al verlo allá arriba, mi orgullo incendia haces de palabras, fragmentos de realidades, realidades en fragmentos. ¡Hojarasca, llamarada resuelta en humo! Y sobre mi fracaso se precipitan, gatos insidiosos, los razonamientos de medianoche, las sonrisillas en fila india, la jauría de risotadas. Los refranes me hacen guiños, me excomulga la cordura, los preceptos me tiran de la manga. Yo me arrisco el sombrero, levanto el cuello de mi gabán y me echo a andar. Pero no avanzo. Y mientras marco el paso, él arde allá, sobre la roca, inoído.
Sé que no basta quemar lo que ya está quemado en nosotros. Sé que no basta dar: hay que darse. Y hay que recibir. No basta ser la cumbre monda, el hueso pulido, la piedra rodada. No basta la lengua para el canto. Hay que ser la oreja, el caracol humano en donde Juan graba sus desvelos, María sus vaticinios, sus gemidos Isabel, su risa Joaquín. Lo que en nosotros solo quiere ser, no es, no será nunca. Allá, donde mi voz termina y la tuya empieza, ni solo ni acompañado, nace el canto.
Mas cuando el tiempo se desgaja del tiempo y solo es boca y grandes muelas negras, gaznate sin fondo, caída animal en un estómago animal siempre vacío, no queda sino entretener su hambre con canciones bárbaras. Cara al cielo, al borde del caer, tarareo el canto del tiempo. Al día siguiente no queda nada de esos gorgoritos. Y me digo: no es hora de cantos, sino de balbuceos. Déjame contar mis palabras, una a una: arrancadas al insomnio y ceguera, a ira y desgano, son todo lo que tengo, todo lo que tenemos.
No es tiempo. No ha llegado el Tiempo. Siempre es deshora y demasiado tarde, pensamiento sin cuerpo, cuerpo bruto. Y marco el paso, marco el paso. Pero tú, himno libre del hombre libre, tú, dura pirámide de lágrimas, llama tallada en lo alto del desvelo, brilla en la cima de la ira y canta, cántame, cántanos: pino de música, columna de luz, chopo de fuego, chorro de agua. ¡Agua, agua al fin, palabra del hombre para el hombre!

Fuente: Paz, Octavio, Libertad bajo palabra, México, Fondo de Cultura Económica, 1985. El poema pertenece a ¿Aguila o sol? (1949-1950).

martes, 28 de junio de 2011

ALBERT CAMUS: Discurso ante la Academia Sueca, al recibir el premio Nobel

Estocolmo, 10 de diciembre de 1957

Al recibir la distinción con que ha querido honrarme su libre Academia, mi gratitud es más profunda cuando evalúo hasta qué punto esa recompensa sobrepasa mis méritos personales. Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer su decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo por sus dudas, con una obra apenas desarrollada, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin una especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, a plena luz? ¿Con qué ánimo podía recibir ese honor al tiempo que, en tantos sitios, otros escritores, algunos de los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conoce una desdicha incesante?

He sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme de acuerdo con un destino demasiado generoso. Y como era imposible igualarme a él con el único apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permítanme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que les diga, lo más sencillamente posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de cualquier cosa. Por el contrario, si me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, a la par de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás,  equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Nadie es lo bastante grande para semejante vocación. Sin embargo, en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre para poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad, y el servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a la servidumbre porque, donde reinan, crece el aislamiento. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión.

Durante más de veinte años de historia demencial, perdido sin remedio, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años en la época de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados a la guerra de España, a la segunda guerra mundial, al universo de los campos de concentración, a la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar a sus hijos y a sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.

Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza.

No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos limites, a mis dudas y también a mi difícil fe, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para decir que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y sí, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me falta dar las gracias, desde el fondo de mi corazón, y hacer públicamente, en señal personal de gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a si mismo, silenciosamente, todos los días.

Gracias, Ofelia, por el envío de un texto tan valioso.