Laberinto musical. Desgarrada sonoridad oculta en el paisaje urbano.
Mendigos que iluminan con linternas de delirio las calles despobladas.
Prostitutas adheridas como enredaderas a los troncos de los árboles.
Duendes muertos de sed.
Hombres y mujeres, a orillas de la oscuridad y la ternura.
Pumas y linces afilando sus garras y sus ojos.
Hay algo de títere en la gestualidad de las calles,
algo de medio luto en la inflorescencia lila de los jacarandáes,
un rictus de penumbra... Pero los túneles de las notas y
las puertas abiertas de las síncopas permiten deslizarse
hacia otras zonas. El gemido del bandoneón ramifica
y todo se cubre de una vegetación casi selvática. Exuberancia y limpidez, tonos y semitonos
incendiarios, espirales de hojas sobre la tersura del silencio.
Las orejas parecen ojos y los ojos imitan a las manos en su acción de aferrar. El tacto se vuelve raíz, el paladar implora cierto regusto
de tabaco y desdén.
Aspero y salvaje, el fuelle recorta la melodía. Le da forma de puñal y con su filo escarba
la inmóvil turbulencia callejera, las figuras de cera del museo animado. Allí donde impera el ritual del extravío y las imágenes desimaginan,
allí donde se desprende la violencia desolada de un trozo de mampostería y cae
en las bocas desmesuradamente abiertas. Cae y el silencio
aprisiona la lengua. La dureza del cemento sella las comisuras de los labios. Solo mirar.
Una inmensa rosa abre sus pétalos sobre la luz. Ilumina musicalmente el laberinto por donde las pisadas se pierden y reencuentran. Y el pasado regresa con su ademán de pesadilla. La música envuelve en su celofán de disonancias la escena repetida. Suburbios de la pasión hecha añicos en el drama del pasadizo. ¿Antes o ahora? Puro instante de eternidad en las esquinas de una ciudad donde una rosa arde incontenible, nimbada de aquiescencia sonora, bravía como un huracán. ¿Entonces o después? Hermandad de los ruidos contrapuestos. ¿Aquí o allá? Un país de humo se esconde tras el telón.
De este lado, los instrumentos resuenan como un bosque, mientras se dibuja sobre el pentagrama esta tormenta que borra límites y acerca la inmensidad a cualquier parte.
Del poemario: Homenajes.
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