Para ser escritor o escritora no hace falta solamente ponerse a escribir. Escribir es la forma de darle cauce a un modo de pensar y de ver. La persona apática no podría tener esa preferencia, tampoco el insensible, ni el que carece de curiosidad, ni el conformista o desapasionado. Porque escribir comienza mucho antes que escribir. Comienza en una vaga sensación, en una especie de inestabilidad a la que nadie, ni siquiera un médico podría encuadrar dentro de posibles sintomatologías.
El ojo de quien escribe capta los gestos más imperceptibles, las miradas más evasivas, el modo de estar o de no estar de quienes lo rodean, la apertura o el sostenimiento de un diálogo, los puntos suspensivos que se dibujan después de una presencia. Pero el ojo no delimita. No es un ojo figurativo ni, mucho menos asertivo, sino impresionista. Lo que se recorta sobre una superficie es sólo un recorte porque más allá del sentido de la vista existe ese otro ojo interior que es la intuición. El escritor sospecha. Sospecha hasta de su propia mano corriendo por el teclado. Sabe o atisba que la materia con que trabaja es cambiante e inaprensible . Sin ser psicólogo indaga en las conductas. Sin ser sociólogo estudia el entramado social. Sin ser arqueólogo rebusca entre osificaciones. Sin ser antropólogo espía en los secretos de las tribus. Todo en uno.
¿Cómo es el alma de quien escribe? Diversa y oscura como un pozo sin fin. Ya que el alma está en el extremo del ojo. Y sobre un ojo en permanente actitud de alerta, poco y nada cabría afirmar. La escritura es una construcción hecha a base de tiempo. Lo que hoy es un borrón mañana podría convertirse en letra viva o letra muerta, según el empeño con que se trate de leer en esa mancha de tinta o según la mancha se eleve o no al rango de matriz indispensable. Y mientras tanto la mente va y viene, incansable, obsesiva.
Inspiración suena a romanticismo. Es un término con connotaciones casi diría sobrenaturales que, si bien no deja de encajar en un mundo donde la virtualidad lo ha pasado a reemplazar, no me parece del todo convincente. Hay un trabajo previo de la mirada unida fuertemente al olfato y un trabajo posterior de armado del rompecabezas. Entre esas dos instancias un destello, una chispa, o tan solo un ascua puede encender la hoguera en que el texto arderá, pudiendo a veces abras/zar a quien lo engendra.
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