lunes, 1 de agosto de 2016

ANTÓNIO LOBO ANTUNES: Ayer no te vi en Babilonia

En su crónica Receta para leerme[*], Lobo Antunes nos advierte: “las personas tienen que renunciar a su propia llave, la que todos tenemos para abrir la vida, la nuestra y la ajena, y utilizar la llave que el texto les ofrece.” Tratando de  atenerme a su recomendación, en primer lugar porque forma parte del ideario del autor, pero también porque no he encontrado otro  modo de entrar en   este texto complejamente  atractivo, comienzo por la llave que me ofrecen  el principio y el final. El título proviene de un fragmento  que  se remonta a los     vestigios más antiguos de escritura: los pictogramas  grabados en tablillas de arcilla húmeda, 3.000 años a. C.,  mediante un tallo vegetal con forma de cuña (de allí el nombre cuneiforme). La frase ayer no te vi en Babilonia resulta, sin duda,  sugerente. Dirigida a la segunda persona –tú- podría   estar destinada a un  receptor implícito en el circuito comunicacional del libro, tal vez el lector o  tal vez otro destinatario del enunciado, cuya identificación quede pendiente. La referencia a Babilonia, centro político, religioso y cultural de un vasto imperio, también da pie a ciertas asociaciones: un pretérito muy lejano, grafismos de una lengua aglutinante poco propicia para la transmisión de abstracciones y sujeta al “armado” de los signos gráficos con el fin de expresar un concepto. Por otra parte, en esa antigua capital hubo una torre, la de Babel , cuyo simbolismo en relación al lenguaje es bien conocido. La palabra ayer también   propicia cierta  imprecisión respecto del tiempo: puede ser el día anterior al que estamos y también puede  referirse a “el ayer”, un pasado cercano o remoto. Asimismo, la negación del verbo  connota: ceguera, distracción o incapacidad de fijar la mirada en un plano u objetivo determinado. Bien podría vincularse este “no ver” con la  dificultad perceptiva que supone el no alcanzar el otro lado de la trama. Y en tal sentido la expresión del principio quedaría explicitada, después de la ardua tarea de abordar las más de cuatrocientas páginas, en la frase que cierra el libro:  “porque lo que escribo puede leerse en la oscuridad”. Y aquí vuelvo a atenerme a las  sugerencias de la  mencionada crónica: “La verdadera aventura que propongo es aquella que el narrador y el lector emprenden juntos hacia la negrura del inconsciente, hacia la raíz de la naturaleza humana”.
El libro se divide en seis partes: medianoche y otros cinco capítulos que se corresponden con las cinco primeras horas de la madrugada. Cada uno de esos capítulos se subdivide, a su vez, en cuatro monólogos interiores. Estos  exteriorizan el estado entre la vigilia y el sueño, entre la lucidez y el aletargamiento  de tres personajes asediados por el insomnio y por los recuerdos que regresan desde “un lugar tan movedizo en el pasado” (expresión varias veces repetida por uno de  esos seres que padecen el  desvelo): un policía, casado, que vive en Évora, y que mantiene un vínculo extramatrimonial con una mujer de Lisboa;   otra mujer llamada Alice, que vive también en Évora y es enfermera y   una  segunda mujer llamada Ana Emilia, cuya hija adolescente se suicidó.  El cuarto monólogo comprendido en cada uno de los capítulos es alternativo, ya que a él se integran otros personajes –digamos secundarios- que componen la trama: el viejo hacendado autoritario que está muriendo de un cáncer de próstata, la hermana del policía, que vive en Estremoz, Lurdes, otra enfermera o algunas otras  voces, cuya identificación, ya  hacia final del libro, se diluye o  se torna cada vez más enigmática.
 Cabría pensar que el policía, a la caza de “fantasmales” enemigos del gobierno (obrero, cargador del puerto o mendigo, da lo mismo), la mujer de Évora y la que ha perdido una hija forman un triángulo. Pero nada en el texto lo asegura. La narración  genera una ambigüedad que aporta su cuota de intriga. Y  esa intriga sustenta los diferentes planos de lectura.
Otra  referencia que  se arquea como un signo de pregunta sobre la maleabilidad significativa es la mención del travestismo: un hombre se disfraza de mujer;  podría ser el policía, algún otro personaje y aun el narrador. Travestir significa vestir a alguien con  el ropaje del sexo contrario. Y, por extensión: cualquier forma que bajo una determinada apariencia implique ambivalencia.    Otro indicio de ambigüedad que se desliza en el terreno  resbaladizo del lenguaje. En definitiva nada es lo que parece. Nada se ve en forma objetiva porque  el insomnio  actúa como intermediario de la elusión.
El modo expresivo es fragmentario y en apariencia desarticulado, como corresponde al monólogo interior. Sin embargo, a medida que se avanza en la  intrincada lectura, se advierte que el autor ha ido sembrando pistas para atar cabos: los nombres, los indicios circunstanciales (surtidor de gasolina- menciones geográficas-hospital- cómoda con patos-perros-gitanos…), las vueltas sobre una misma acción, los retazos de diálogo, las referencias temporales.
Un elemento altamente significativo en esta prosa es la participación activa de los personajes en la escritura. Cito algunos ejemplos: “…qué es esto una novela” -se pregunta uno de ellos. “No sé hablar como hablan los demás en el libro”-dice otro.  Y más: “… de dónde vienes, por qué me inquietas en el libro?” “…llegó el momento de decir la hora, pero no voy a decirla, dígala usted si quiere, es su libro…” “…y ahora me pregunto qué será de mí cuando acabado este capítulo dejen de oírme.” “sabiendo que os pierdo a medida que las páginas avanzan me pregunto si lo he inventado todo o estarán inventándome escribiendo a duras penas…” “…tal vez una persona más inteligente, más capaz, debería terminar este relato por mí…”. Indudablemente la relación escritura-vida signa a este relato plural y polisémico. Al libro lo escriben los personajes, el autor, que aparece cuando comienza a asomar la claridad del día (capítulo 6: Cinco de la mañana-pg. 420): “(me llamo António Lobo Antunes, nací en São Sebastião da Pedreira y estoy escribiendo un libro)”, y también los lectores, previo   trabajo de deconstrucción.
La fluencia discursiva impregnada de imágenes poéticas recrea ese modo asociativo con que la conciencia, en este caso  sitiada por el insomnio, busca en lo onírico una suerte de traducción. Cito algunos fragmentos: “…las tórtolas que le manchaban el toldo con el alicate de los sonidos…”, “… un halcón peregrino al que despertó la luna y los dientes en la almohada mordiéndose a sí mismos…”, “… y al abrir los cajones el otoño entre el lugar del silencio  y el amarillo tiñéndonos…”, “… a ella en medio de las inquietudes de octubre cuando la luna y las mareas…”, “…y los pozos y los escalones de vuelta, pensaba que excepto en el caso de los ciegos aparecían solo para engullirnos…”.
La obra se niega como totalidad,   como si el conjunto significativo hubiera estallado en miles de astillas que reflejan el ir y venir de los recuerdos hacia adentro, hacia el sentido de cada vida y también hacia afuera, hacia el encuentro con esas otras  murmuraciones en que la noche se abisma. La plasticidad del lenguaje disemina esas historias íntimas en la historia mayor que las contiene. Pues debajo de tanto desvelo late la angustia, el desasosiego, la oscuridad en sordina de un país doblegado, durante 48 años, por la opresión de un régimen autoritario, conservador y corporativista. Salazar, quien asumió el mando de ese Estado Novo y lo gobernó con mano férrea entre 1932-1974, en que fue derrocado por la Revolución de los Claveles,   está en el trasfondo de esa trama deshilvanada. Subrepticiamente aflora en esas voces de trasnoche: “… obrero de la barba mal cortada conspirando consigo mismo contra la Iglesia y el Estado…”, “…los enemigos de la Iglesia y el Estado… periódicos impresos al revés…”, “…la fotografía de Salazar más grande que un crucifijo…” , “negros que habían de mezclarse con nosotros y robarles el trabajo a quienes lo necesitan…”. Y la historia narrada entre dientes se expande hacia el resto de la península, donde otro caudillo de raíz política similar a la de  Salazar, aunque no muy confiable a la hora de  reconocer fronteras, provocaba similares agonías en nombre de un poder que él  asimilaba a lo divino: “… después de tantos años de miedo a que fuera España, trabajé en una ocasión o dos con la policía de ellos, nos entregaban el preso ya esposado y amansado, firmábamos los papelitos con el papel de calco en medio…”
Ayer no te vi en Babilonia es como una pieza de relojería,  un libro complejo y minucioso, que revela un pulso delicado y agudeza para atravesar la   neblinosa comarca que  condiciona la mecánica del  pensamiento. Casi podría decirse un viaje desde  el anacronismo a la sincronía, desde el no-tiempo a la hora exacta.

Fuente: Lobo Antunes, António, Ayer no te vi en Babilonia, Buenos Aires, Editorial Sudamericana-Mondadori, 2007. Traducción: Mario Merlino.








[*] Lobo Antunes, António, Segundo libro de crónicas, Barcelona, Grupo Editorial Random House Mondadori, 2004. Traducción. Mario Merlino.

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