viernes, 11 de septiembre de 2015

11 de septiembre: DÍA DEL MAESTRO-Ernesto Sábato nos invita a reflexionar

POSTULADOS PARA UNA EDUCACIÓN DE NUESTRO TIEMPO

No es pues descabellado ni utópico sostener que aún dentro de esta misma civilización en crisis pueden irse forjando los instrumentos que permitan reemplazarla por una sociedad mejor. Desde luego, en los países democráticos; y siempre que algunos jactanciosos miopes no desencadenen la hecatombe nuclear. La nueva escuela debería ser el microcosmos en el que el niño se preparase para una auténtica comunidad, la que supere esa antítesis en que hasta hoy nos debatimos: o un individualismo que ignora a la sociedad o un comunismo que ignora al hombre. De este postulado básico surge una serie de principios que deben regir la nueva educación, principios que clarividentes pensadores vienen proponiendo desde el siglo pasado y que intrépidos pedagogos han llevado adelante contra todos los obstáculos. ¿Cuáles principios?
Una escuela que favorezca el equilibrio entre la iniciativa individual y el trabajo en equipo, que condene ese feroz individualismo que parece ser la preparación para el sombrío Leviatán de Hobbes. El trabajo comunitario favorece el desarrollo de la persona sobre los instintos egoístas, despliega el esencial principio del diálogo, permite la confrontación de hipótesis y teorías, promueve la solidaridad para el bien común. El ideal de persona, así enseñado y practicado en la nueva escuela, supone el rechazo de toda maquinaria social organizada con esclavos y ciberántropos; y no solo es compatible con el desarrollo técnico, sino que por eso mismo es mas necesaria, si es que hemos de salvarnos de la total alienación que lleva este mundo a la catástrofe.
Así como hay un egoísmo individual, existe un egoísmo de los pueblos, que con frecuencia se confunde con el patriotismo. Y así como el individuo puede acceder a la suprema categoría de persona venciendo sus insaciables apetitos, los países pueden alcanzar esa categoría de nación que implica y respeta la categoría de humanidad; no de una humanidad en abstracto, como postulaba cierto género de humanismo racionalista, sino la constituida por naciones de diferente color, credo y condición; no la abstracta identidad, sino su dialéctica integración, del mismo modo que los instrumentos forman una orquesta porque son distintos. Y es en la escuela donde debe prepararse al niño para esa difícil pero no imposible doctrina, enseñando a ver no solo nuestras virtudes, sino nuestros defectos, y a advertir no únicamente las precariedades de los otros pueblos sino también sus grandezas. Por los mismos motivos debe enseñarse a valorar y preservar las diversidades dentro del país, como son en la Argentina las culturas guaraní, quechua, aymará, y hasta los humildes restos de la gran Araucania. La escuela y hasta la universidad deben atender a las necesidades físicas y espirituales de cada una de las regiones, pues el hombre que se pretende rescatar en esta deshumanización que en nuestro tiempo ha provocado la ciencia generalizadora, es el hombre concreto, el de carne y hueso, que no vive en un universo matemático sino en un rincón del mundo con sus atributos, su cielo, sus vientos, sus canciones, sus costumbres; el rincón en que ha nacido, amado y sufrido, en que se han amasado sus ilusiones y sus destinos.
En fin, habrá que reintegrar la ciencia y la sabiduría, lo que implica una humanización de la técnica, una valorización de la ética de sus adquisiciones y una condena de la profanación de la naturaleza, que ahora culmina en la sombría posibilidad de fabricar monstruos o genios mediante la ingeniería genética. Parafraseando a Clemenceau habría que decir: “La sciencie est une chose trop grave pour la confier à des scientifiques”.
Habrá que encontrar, en suma, la síntesis  de las tres clases de saber que señaló Max Scheler: ni ese puro saber de salvación que en la India permite la muerte  por hambre de millones de niños al lado de santones que meditan; ni ese puro saber culto que en la China posibilitó la existencia de refinados mandarines entre inmensas masas de desheredados; ni este saber técnico de Occidente que nos ha conducido a los más insoportables extremos de angustia y enajenación.
Es la síntesis de la cultura que debería dar la escuela de nuestro tiempo. O el mundo se derrumbará en sangrientos y calcinados escombros.

Fuente: Sábato, Ernesto, Apologías y rechazos, Buenos Aires, Editorial Planeta- edición autorizada para el diario La Nación, 2011.

v      

Estas palabras escritas por Ernesto Sábato en 1979 resultan en alguna medida proféticas. Si bien él, como hombre que proviene del ámbito de las ciencias exactas ( ¿duras?), apunta con rigor a la deshumanización que provocan algunos excesos de la ciencia y la tecnología, anticipa  también ciertos errores o carencias, en lo que a educación se refiere, que exceden ese marco.
A más de treinta años de su  inquietante reflexión, las  circunstancias, lejos de mejorar  han empeorado. Los conflictos socio-políticos a nivel mundial, la crisis de valores, la proliferación de medios que en gran medida atenta contra la autonomía subjetiva son algunos de los factores que, como anticipa Sábato,  nos ponen en el límite de la enajenación. En el ámbito nacional, las mediciones internacionales (pruebas Pisa)  han puesto al descubierto los bajos resultados educativos, que sin duda derivan de un sistema con múltiples fallas. Desaciertos que pueden deberse a impericia o mala fe  y sobre los cuales cualquier persona pensante y bienintencionada   podría sacar conclusiones. Cuando se habla de inclusión se echa mano de un brutal engaño. Nivelando hacia abajo todos los educandos  se  equiparan en algo: el no saber, el aburrimiento,  la falacia de obtener títulos pero no capacidades o de avanzar retrocediendo. A ello se suma que, a pesar de la   alardeada inclusión, grandes sectores no acceden ni siquiera a esa pobre enseñanza que se imparte. En muchas zonas de nuestro país hay quienes  carecen de los medios mínimos de higiene, trabajo,  alimentación o servicios elementales (agua,  energía eléctrica, gas). ¿De qué modo podrían sentirse incluidos? La brecha entre ricos y pobres se ahonda. Quienes  acceden a bienes materiales también pueden gozar del privilegio de  los bienes culturales, mientras hay tantos connacionales que no acceden ni a unos ni a otros.
Por otra parte pueden advertirse síntomas de degradación social que  tampoco han surgido por obra y gracia del azar. Los maestros son desautorizados, dentro de la escuela,  mediante la imposición de  medidas y lineamientos arbitrarios y también, son desautorizados y mortificados, a veces con violencia,  por alumnos y padres. Se habla de bullyng, como tratando de disimular mediante esta suerte de “eufemismo idiomático” lo que en buen español se llama: acoso, maltrato, agresión. Niños y adolescentes descargan sobre quienes debieran ser amigables compañeros de estudio y de juego una crueldad, cuya desmesura los excede. En un medio social saludable donde impere el respeto por el prójimo, el diálogo, la aceptación de la diversidad, la dignidad y la  tolerante convivencia sería difícil que estas muestras de barbarie  estuvieran tan arraigadas y se manifestaran de manera tan extendida.

Como docente puedo decir que la relación de enseñanza-aprendizaje es uno de los vínculos más potentes. El alumno aprende y el maestro aprende también. El niño y  el joven abren sus ojos al conocimiento que es múltiple y abarcador. Porque es el saber, pero también el hacer. Es la ciencia, pero también es la ética. Asimismo, el maestro aprende a enseñar, a escuchar, a empatizar.
La primera frase del texto de Sábato es la que debiera golpear en nuestros oídos hasta despertarnos.

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