Y de pronto es la noche
Cada uno está solo
sobre el corazón de la
tierra
traspasado por un
rayo de sol:
y de pronto es la
noche.
Otoño
Manso otoño, me poseo
y me inclino
sobre tus aguas para
beber el cielo,
fuga suave de árboles
y abismos.
Áspera pena de nacer
ligado a ti me
encuentra;
y en ti me quiebro y
recupero:
pobre cosa caída
que la tierra recoge.
Ríe la urraca, negra sobre los naranjos
Tal vez sea un signo
verdadero de la vida:
a mi alrededor, en el
prado de la iglesia,
con leves movimientos
de cabeza, unos niños
danzan un juego de
voces
y cadencias. Piedad
de la tarde, sombras
encendidas nuevamente
sobre la hierba verde.
¡Bellísimas en el
fuego de la luna!
La memoria os concede
un breve sueño;
ahora despertad. He
aquí que el pozo ruge
por la primera marea.
Esta es la hora:
y ya no es mía,
ardientes, remotos simulacros.
Y tú, viento del sur,
con tu olor profundo de jazmines,
empuja la luna hacia
los niños
que duermen desnudos,
fuerza al potro sobre los campos
y sus huellas húmedas
de yeguas, abre
el mar, alza las
nubes sobre los árboles:
la garza avanza ya
hacia las aguas
y husmea lentamente
el barro en las espinas,
ríe la urraca, negra
sobre los naranjos.
Fuente: Quasimodo, Salvatore, Carta
a la madre y otros poemas, Buenos Aires, CEAL, 1988. Traducción: Eugenio y
Gianni Siccardi.
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