De un trabajo combinado entre fotos y textos surgió esto. Una especie de puesta a prueba de la tecnología y la imaginación, la imagen y la palabra, la mirada y su reflejo. Nada nuevo bajo el sol. Solo el inicio, el germen de algo que está en "ablande". Invito a los lectores a tejer una historia. O muchas...
Unquillo-Córdoba, 2005. |
Ciego. Sin ojos que le permitan
adelantarse o dar marcha atrás. Solo coágulos
de óxido. Mirada vacía. Y allí el árbol ése que se ha interpuesto a su
tren delantero, trabando el paragolpes con su tronco fuera de toda lógica. Atado a la soledad de la vera del camino. Tal vez algún fauno se acomode en las noches de luna al frente de ese volante crucificado por la
perpetuidad del contra/giro. Salpicaduras de barro engrosan el volumen de sus
ruedas. La herrumbre invasora proclama el tormento de su carrocería. De vidrios, ni noticias. Todas
las aberturas son huecos. Interminable oquedad donde el pasado se ensimisma.
Será un modelo del año 47 ó 48. ¿Cómo ha ido a parar allí? ¿De qué modo? Y
entonces surge la posible historia. La descripción deja paso a la narración.
Una pareja cruzaba las sierras. Iban a establecerse en la zona. Desaparecieron
sin dejar rastros. Un pintor que ha pasado por Unquillo y por la casa de Spilimbergo, fue absorbido por su pintura y desde entonces
vaga de tela en tela, sin encontrarse a
sí mismo. Un chacarero estafado, pierde su campo y demás pertenencias, incluido
el auto. Lo encuentran de rodillas ante
el altar de la Capilla
Buffa. O… Y el coche, sin más dueño que el misterio, ha
quedado como muestra fatal de esas u
otras ausencias.
La naturaleza se hizo cargo del
asunto. Encerró al rodado para que no
pudiera escapar. Lo atrapó y transformó en chatarra. Desde entonces duerme
mientras la intemperie hace de las suyas. Tal vez sueñe con sus antiguos
dueños: él/ella/ellos ¿succionados por la niebla, devorados por el verdor
nocturno, carcomidos por la luz de un rayo?...
Colonia del Sacramento, ROU, 2013. |
Del otro lado del río, un
ejemplar también de antaño. Lustroso
como para un casamiento o una cita fantástica. A la espera. En una calleja de
adoquines desparejos, un pequeño pasaje de una ciudad dispuesta para la
añoranza. Con construcciones de estilo portugués y suspiros ululando en
dirección al río. Al borde del invierno reinventa la
primavera. No por nada su color es
el verde. Oscuro pero verde al fin. Y es
que en su baúl estallan flores y hojas. Y hasta alguna mariposa merodea el
colorido de los tiestos. En su interior: dos copas con sus respectivas
servilletas invitan al brindis. El restaurant tienta al turismo con una
propuesta insólita: almorzar, merendar o cenar dentro de un coche pasado de
moda y por ello “atrayente”. Un coche viejo y nuevo al mismo tiempo. Porque
florece aunque esté detenido. ¿A qué historia puede corresponder tal
escenografía? Una historia de amor, de reencuentro. Un sitio exclusivo. Para
snobs, para diletantes, para jóvenes que ajustan su humor al del pasado o para
viejos nostalgiosos. Para la conversación o el silencio. Para el ritmo detenido
de ese siempre sol. De esa tibieza extrema que acaricia el alma y los sentidos.
Un lazo entre ambos vehículos: la quietud. Habiendo sido creados para circular, los dos están quietos. En un lugar
preciso y expuestos al espionaje de una lente
que los fija en su fijeza.
La naturaleza interceptando el accionar de una mecánica que
provoca la desaparición de personajes y acciones. Trama de agujeros. Y un otro lado que invita a la animación, al bramido
ilusorio de los motores o a la contradanza
de una caja de cambios. En ambos casos se advierte la mano del hombre.
No se la ve. Se la advierte, en el silencioso acertijo que la materia impone a la visión o en esa muda intencionalidad de lo que se rehace
deshaciéndose. Solo podría darse una
vuelta en estos trastos con el auxilio de la imaginación, cuya condición es tan impredecible como el accionar
de cualquier dispositivo traicionado por
la herrumbre del tiempo. Motivos… buenos
motivos para poner en marcha este oficio de sombras…
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