La materia narrativa consiste, en
la novelística tradicional y aún en la no tradicional, en la sucesión y
encadenamiento de sucesos o episodios
que dan sustento a la trama y que conforman el punto de partida de la intriga
novelesca. Esa materia de la fabulación está ausente en La pasión según G.H. (1964). Si nos atenemos al único hecho anecdótico de la novela lo podríamos
sintetizar de la siguiente forma: la
protagonista y narradora entra al cuarto de la mucama que ha sido despedida y, al revisarlo, encuentra
una cucaracha, a la que terminará devorando. Pero, evidentemente, esas acciones
por sí mismas no podrían ser el centro de interés de ningún relato, ni el punto
de partida de ninguna intriga, dentro del multifacético muestrario de
narraciones convencionales.
¿Cómo surge una novela a partir
de tan desconcertante propuesta? Surge del sorprendente poder imaginario de una
escritora que además de renovar la perspectiva de un género, tiene mucho para
decir, y una extraña y prodigiosa intensidad para decirlo. He aquí el modo tan
singular con que describe a esa simbólica cucaracha: “Era una cucaracha tan
vieja como salamandras y quimeras y grifos y leviatanes. Era antigua como una
leyenda. Miré su boca: allí estaba la boca real.” Comerla es incorporarla, ser parte
de la sustancia inmunda y repulsiva con que se manifiesta en cierta medida la
realidad. Descender hacia lo inhumano, hacia el asco que provoca lo
inconcebible: “frente a la cucaracha viva, el peor descubrimiento fue que el
mundo no es humano y que no somos humanos.”
La pasión según G.H. es un viaje hacia la interioridad, un viaje
que ahonda en lo físico y en lo metafísico y un viaje que atraviesa el lenguaje
y encuentra en él, en sus contrastes, en su riqueza imaginaria, en su fulgor y
en su estremecimiento, la razón de ser
de lo que cobra sentido a medida que es contado, de lo que se revela y se torna revelación a los ojos de los lectores. “…sabía que mi
alegría era el sufrimiento, me preguntaba si estaba huyendo hacia Dios por no
soportar mi humanidad”, afirma mientras asume su apasionada caída en procura de
un más hondo sentido de la existencia.
Poco se conoce acerca de la vida
práctica de la protagonista. Pero, hay dos datos significativos: en primer
lugar, que es escultora, y en segundo, que importan más las iniciales del
nombre grabadas en una valija que el nombre mismo. La actividad de esculpir
tiene una relación directa con la forma en que a lo largo de su contar va
moldeando la palabra, como si fuera un material maleable, de gran ductilidad, que
se va transformando y adquiriendo tonos de una profusión inquietante y
vislumbres inesperadas: “De la escultura , supongo, recibí mi manera de pensar
solo a la hora de pensar, pues aprendí a pensar solo con las manos y solo
cuando las usaba.” Las iniciales en la valija revelan que lo importante de su
identidad está puesto en la travesía: “¿Qué quería esa mujer que soy? ¿qué le
pasaba a G.H. del cuero de la valija?”
A lo largo del monólogo narrativo
se distinguen puntos clave: lo neutro, lo inexpresivo, la “cosidad”, el reflejo
divino. Puntos de entrada y salida,
hendijas quizás, en esa suerte de ascesis
que implica la narración: “…en los intersticios de la materia primordial está
la línea de misterio y fuego que es la respiración del mundo, y la respiración
continua del mundo es aquello que escuchamos y llamamos silencio.”
El objetivo de su itinerario es el conocimiento, de sí misma
y del mundo que la rodea. Conocimiento al que sólo es posible acceder a través
del lenguaje. La poeticidad alcanza una potencia inusitada ya que, despojada de
todo ropaje retórico, de toda posible filigrana verbal se manifiesta
como estallido, como lucha, como socavón provocativo. Cito un ejemplo:
“Mi mundo hoy está crudo. Es un mundo de una gran dificultad vital. Pues más
que un astro, hoy quiero la gruesa raíz de los astros, quiero la fuente que
siempre parece sucia, y es sucia, y que siempre es incomprensible.”
Con frecuencia la
narradora-protagonista se dirige a una segunda persona: “Dame tu mano.
Te voy a contar cómo entré en lo
inexpresivo que siempre fue mi búsqueda ciega y secreta.” Ese Otro desconocido e innombrado podría interpretarse como invocación que religa ese estado subyacente al yo, desde
el que narra, con la exterioridad donde
su indagación verbal se transforma en texto.
La búsqueda de despojamiento, la desnudez de
las sensaciones, el método –si correspondiera llamarlo así- con que esta larga
reflexión va alcanzando lo primigenio, lo ilimitado por denominaciones o
determinaciones, el germen del existir, se va dando como en oleadas. Tal vez
por eso cada capítulo termina con la misma frase que empieza el siguiente y en ese in
crescendo la palabra alcanza
su mayor violencia y luminosidad.
De allí la pasión a que alude el título. La pasión que es pérdida y es
hallazgo, la pasión que desciende para ascender, la pasión que es desolada, que
es intemperie tendida para el nacimiento de lo que no está signado. Un Vía Crucis
(este término da título a otro de los libros de Clarice) con diferentes
estaciones de lo inacabado: “Falta solo el golpe de gracia -que se llama pasión.”, dirá casi al final de
este viaje de “despersonalización”, “de
desheroización de mí misma”, según atisba - porque lo suyo es atisbar, no afirmar- para, finalmente, arribar al punto máximo de
tensión: “la condición humana es la pasión de Cristo.”
Llegar al silencio le devuelve la confianza. Nunca está todo
dicho, ni lo que se dice está acabado en sí mismo y hasta el centro voluntario
de la personalidad es una suerte de
convulsión acechante: “el yo es solo uno de los espasmos
instantáneos del mundo.”
La pasión según G.H. no es una novela destinada a cualquier lector. La misma autora
lo aclara en su dedicatoria:
Este es un libro como cualquier otro. Pero me sentiría contenta si fuese leído por personas de alma ya formada. Aquellas que saben que la aproximación, a lo que quiera que sea, se hace gradual y penosamente –atravesando incluso lo contrario de aquello hacia lo cual nos aproximamos.
Una advertencia necesaria, ya que
muchas veces, se confunde la peripecia, que es repentina y accidental, con la
potencia del acto, complejo y, en gran medida,
indescifrable.
Un bello y enigmático texto.
Celebración perturbadora de los secretos
del verbo.
Fuente: Lispector, Clarice, La
pasión según G.H., Buenos Aires, Editorial El cuenco de plata, 2010.
Traducción: Mario Cámara.
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