Sí, mis amigos, allí en esos rostros, está el rostro.
El rostro que en la noche, en medio de la tempestad, entre
relámpagos,
en medio del martirio, con la sonrisa última muchas veces,
algunos entrevieron y saludaron como un alba.
La poesía fue, la poesía también es, un llamado en la noche,
tímido o firme, pero un llamado hacia ese rostro.
Acaso la belleza esté allí. Estamos seguros de que la
belleza está allí.
En ese resplandor que vuelve casi imprecisos los rasgos.
Sin velos. Como la luz de las aguas y de las flores en un
puro mediodía.
O como la del corazón que ha encontrado su centro.
Y las manos, ah, las manos que sufrieron las cadenas y
sangraron, las manos,
son aquellas, sí, aquellas que allá tejen la guirnalda del
sueño
a lo largo de la tierra en la casa común.
Veis los dedos ahora finos afiebrados en torno de los tallos
y de los pétalos,
y de los pulsos precisos, y sobre las “páginas que defienden
su blancura”,
y sobre los silencios, tantos silencios que luego han de
cantar?
Veis el gesto abierto hacia la colina que despierta como una
novia o como una hija?
Veis el gesto desvelado sobre el paisaje de las infinitas
respuestas
en la escala toda, relativa, del vértigo?
Pero veis sobre todo, pero sentís sobre todo,
que por las manos ahora fluye, recién fluye, la corriente,
la clara, la profunda corriente en que la criatura puede
mirarse de veras y ver el infinito?
Sí, mis amigos, allí en esos rostros, está el rostro.
La belleza está allí, nuestra belleza.
Fuente: Ortiz, Juan L., Obra
completa, Santa Fe-Argentina, Centro de Publicaciones- Universidad Nacional
del Litoral, 1996. El poema pertenece al libro: El álamo y el viento,
1947.
No hay comentarios:
Publicar un comentario