CANTO
¡Ah, nada, nada es mío!
Ni el tono de mi voz,
ni mis ausentes manos,
ni mis brazos
lejanos.
Todo lo he recibido. Ah,
nada, nada es mío.
Soy como los reflejos
de un lago tenebroso
o el eco de las voces
en el fondo de un pozo
azul cuando ha
llovido.
Todo lo he recibido:
como el agua o el
cristal
que se transforma en
cualquier cosa,
en humo, en espiral,
en edificio, en pez,
en piedra, en rosa.
Soy diferente a mí,
tan diferente,
como algunas personas
cuando están entre gente.
Soy todos los lugares
que en mi vida he amado.
Soy la mujer que más
he detestado
y ese perfume que me
hirió una noche
con los decretos de
un destino incierto.
Soy las sombras que
entraban en un coche,
la luminosidad de un
puerto,
los secretos abrazos
ocultos en los ojos.
Soy de los celos, el
cuchillo,
Y los dolores con
heridas, rojos.
De las miradas ávidas
y largas soy el brillo.
Soy la voz que
escuché detrás de las persianas,
la luz, el aire sobre
las lambercianas.
Soy todas las
palabras que adoré,
en los labios y libros
que admiré.
Soy el lebrel que
huyó en la lejanía,
La rama solitaria
entre las ramas.
Soy la felicidad de
un día,
el rumor de las
llamas.
Soy la pobreza de los
pies desnudos,
con niños que se
alejan, mudos.
Soy lo que no me han
dicho y he sabido.
¡Ah, quise yo que
todo fuera mío!
Soy todo lo que ya he
perdido.
Mas todo es inasible
como el viento y el río,
como las flores de
oro en los veranos
que mueren en las
manos.
Soy todo, pero nada,
nada es mío,
ni el dolor, ni la
dicha, ni el espanto
ni las palabras de mi
canto.
Fuente: Ocampo,
Silvina, Poemas de amor desesperado,
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1949.
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