fragmento
Tú sobrevivirás: volverás a rozar
las sábanas y sabrás que has sobrevivido, a pesar del tiempo y el movimiento
que a cada instante acortan tu fortuna: entre la parálisis y el desenfreno está
la línea de la vida: la aventura: imaginarás la seguridad mayor, jamás moverte:
te imaginarás inmóvil, al resguardo del peligro, del azar, de la incertidumbre:
tu quietud no detendrá al tiempo que corre sin ti, aunque tú lo inventes y
midas, al tiempo que niega tu inmovilidad y te somete a su propio peligro de
extinción: aventurero, medirás tu velocidad con la del tiempo:
el tiempo que inventarás para
sobrevivir, para fingir la ilusión de una permanencia mayor sobre la tierra: el
tiempo que tu cerebro creará a fuerza de percibir esa alteración de luz y
tinieblas en el cuadrante del sueño; a fuerza de retener esas imágenes de la
placidez amenazada por los cúmulos concentrados y negros de las nubes, el
anuncio del trueno, la posteridad del rayo, la descarga turbonada de la lluvia,
la aparición segura del arcoiris; a fuerza de escuchar las llamadas cíclicas de
los animales en el monte; a fuerza de gritar los signos del tiempo: aullido del
tiempo de la guerra, aullido del tiempo del luto, aullido del tiempo de la
fiesta; a fuerza, en fin, de decir el tiempo, de hablar el tiempo, de pensar el
tiempo inexistente de un universo que no
lo conoce porque nunca empezó y jamás terminará:
no tuvo principio, no tendrá fin y no sabe que tú inventarás una medida
del infinito, una reserva de razón:
tú inventarás y medirás un tiempo que no existe,
tú sabrás, discernirás, enjuiciarás, calcularás, imaginarás, prevendrás,
acabarás por pensar lo que no tendrá otra realidad que la creada por tu
cerebro, aprenderás a dominar tu violencia para dominar la de tus enemigos:
aprenderás a frotar dos maderos hasta incendiarlos porque necesitarás arrojar
una tea a la entrada de tu cueva y espantar a las bestias que no te
distinguirán, que no diferenciarán tu carne de la carne de otras bestias y
tendrás que construir mil templos, dictar mil leyes, escribir mil libros,
adorar mil dioses, pintar mil cuadros, fabricar mil máquinas, dominar mil
pueblos, romper mil átomos para volver a arrojar tu tea encendida a la entrada
de la cueva,
y harás eso todo porque piensas, porque habrás desarrollado una
congestión nerviosa en el cerebro, una red espesa capaz de obtener información
y transmitirla del frente hacia atrás: sobrevivirás, no por ser el más fuerte,
sino por el azar oscuro de un universo cada vez más frío, en el que solo
sobrevivirán organismos que sepan conservar la temperatura de su cuerpo frente
a los cambios del medio, los que conserven esa masa nerviosa frontal y puedan
predecir el peligro, buscar el alimento, organizar su movimiento y dirigir su
nado en el océano redondo, proliferante, atestado de los orígenes: quedarán en
el fondo del mar las especies muertas y perdidas, tus hermanas, millones de
hermanas que no emergieron del agua con sus cinco estrellas contráctiles, sus cinco
dedos clavados en la orilla, en la tierra firme, en las islas de la aurora:
emergerás con la amiba, el reptil y el pájaro cruzados: las aves que se
arrojarán de las nuevas cimas para estrellarse en los nuevos abismos,
aprendiendo en el fracaso, mientras los reptiles ya vuelen y la tierra se
enfríe: sobrevivirás con las aves protegidas de plumas, arropadas por la
velocidad de su calor, mientras los reptiles fríos duerman, invernen y al cabo
mueran y tú clavarás las pezuñas en la tierra firme, en las islas de la aurora,
y sudarás como un caballo, y treparás a los árboles nuevos con su temperatura
constante y descenderás con tus células cerebrales diferenciadas, tus funciones
vitales automatizadas, tus constantes de hidrógeno, azúcar, calcio, agua,
oxígeno: libre para pensar más allá de los sentidos inmediatos y las
necesidades vitales
descenderás con tus diez mil millones de células cerebrales, con tu pila
eléctrica en la cabeza, plástico, mutable, a explorar, satisfacer tu necesidad,
proponerte fines, realizarlos con el menor esfuerzo, evitar las dificultades,
prever, aprender, olvidar, recordar, unir ideas, reconocer formas, sumar grados
al margen dejado libre por la necesidad, restar tu voluntad a las atracciones y
rechazos del medio físico, buscar las condiciones favorables, medir la realidad
con el criterio de lo mínimo, desear secretamente lo máximo, no exponerte, sin
embargo, a la monotonía de la frustración:
acostumbrarte, amoldarte a las exigencias de la vida en común:
desear: desear que tu deseo y el objeto deseado sean la misma cosa:
soñar en el cumplimiento inmediato, en la identificación sin separaciones del
deseo y lo deseado:
reconocerte a ti mismo:
reconocer a los demás y dejar que ellos te reconozcan: y saber que te
opones a cada individuo, porque cada individuo es un obstáculo más para
alcanzar tu deseo:
elegirás, para sobrevivir elegirás, elegirás entre los espejos infinitos
uno solo, uno solo que te reflejará irrevocablemente, que llenará de una sombra
negra los demás espejos, los matarás antes de ofrecerte, una vez más, esos
caminos infinitos para la elección:
decidirás, escogerás uno de los caminos, sacrificarás los demás: te
sacrificarás al escoger, dejarás de ser todos los otros hombres que pudiste
haber sido, querrás que otros hombres –otro- cumpla por ti la vida que
mutilaste al elegir: al elegir sí, al elegir no, al permitir que no tu deseo,
idéntico a tu libertad, te señalara un laberinto sino tu interés, tu miedo, tu
orgullo:
temerás al amor, ese día:
pero podrás recuperarlo: reposarás con los ojos cerrados, pero no dejarás
de ver, no dejarás de desear, porque así harás tuya la cosa deseada:
la memoria es el deseo satisfactorio:
hoy que tu vida y tu destino son la misma cosa.
Carlos Fuentes nació en Panamá en 1928 y
falleció en México el 15 de mayo de 2012.
Fuente: Fuentes, Carlos, La
muerte de Artemio Cruz, Navarra, Salvat Editores S.A., 1971.
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