jueves, 9 de junio de 2011

LITERATURA Y FUTBOL

Cuando pienso en los dineros que se destinan a la televisación del fútbol,  en los manejos no del todo claros de las  asociaciones futbolísticas y en  esa variante del patoterismo que constituyen los barras bravas  me cuesta contener a mi ojo crítico que amenaza con saltar como una fiera. Y sin embargo, no puedo dejar de admitir los beneficios físicos y anímicos, que el fútbol, como cualquier actividad deportiva, aporta a quienes lo practican.  Ante esta disyuntiva, la literatura viene en mi ayuda, como tantas otras veces. Rebusco en mi biblioteca y ¿qué encuentro? Un relato breve perteneciente a las  Crónicas de Bustos Domecq (seudónimo de la dupla: Borges-Bioy Casares),  que tiene el sugestivo título: Esse est percipi (expresión latina que significa: ser es ser percibido). En el relato,   Bustos Domecq,   perplejo ante la desaparición del estadio de River, decide averiguar sobre el asunto y su  búsqueda lo lleva a entrevistarse con un viejo conocido, presidente de un club. Sostiene con él una conversación,  que lejos de tranquilizarlo lo induce a mayores perplejidades. Hacia el final de la misma,  el dirigente le revela:
“…Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. ¿La falsa excitación  de los locutores nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el 24 de junio del 37. Desde aquél preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman”. Bustos Domecq se muestra  desorientado ante la idea de que en el mundo no pase nada. A lo que Savastano (con su flema inglesa, señala Bustos Domecq) le responde:
“Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está en casa, repantigado, atento a la pantalla  o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone.”
Por la fecha en que fue escrito el relato, dotado de una importante dosis de ironía, parece una anticipación. La ironía con su carga de doble sentido y su connotación antitética resulta, por lo menos, inquietante, para el que la sepa leer.   Entonces  trato de buscarle otro costado al asunto. Por decirlo de un modo simple: el lado bueno. Me acuerdo, de repente, de algunos hinchas furiosos de un club de barrio, muy cercanos a mis afectos, que no se pierden un encuentro y se sienten en la  gloria desde que el club pasó a primera y hasta ha sido capaz de ganarle a equipos con  reconocida trayectoria. Enternecida por el recuerdo, encuentro  un cuento de Fontanarrosa: Viejo con árbol. La acción transcurre en una cancha.  Un viejo jubilado, que se ubica bajo la sombra de un  árbol, sigue las alternativas del partido con gran interés, mientras escucha en su radio portátil un concierto de música clásica. Su presencia y el hecho de estar pendiente del juego y al mismo tiempo escuchar ese tipo de música llama la atención de uno de los hinchas, el Soda, que, intrigado, comienza a darle charla. El viejo  afirma que el fútbol está emparentado con el arte. De  allí en más trata de explicar:
“Mire usted nuestro arquero, efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra -. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales – se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba - Bueno…Eso es la escultura.
(… )
-Vea usted – el viejo señaló hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner – el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así…Bueno…Eso es la pintura.”
(…)
- Y vea usted a ese delantero… -señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado - …ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionado el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia…Bueno…Eso, eso es el teatro”.
Al final de esta enumeración en la que fue asociando el partido de fútbol con las artes, de pronto, ante un penal mal cobrado  por el referí, el  hombre se ofusca y olvida su compostura.  Metiéndose casi en la cancha,  empieza a gritar como un loco. El  otro lo observa sumamente extrañado:
“- ¿Y eso? – se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.
- Y eso… vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra - …Eso es el fútbol.”
El cuento de Fontanarrosa rescata, por un lado, el valor expresivo que el fútbol tiene como deporte, y por otro, la pasión y  la lealtad de la hinchada.
Por último, como remate,  saco de  mi biblioteca el libro Patas Arriba de Eduardo Galeano donde encuentro un texto titulado La cancha global de donde extraigo los siguientes fragmentos:
“En su forma actual el futbol nació hace más de un siglo. Nació hablando en inglés, y en inglés habla todavía pero ahora se escucha exaltar el valor de un buen sponsor y las virtudes del marketing, con tanto fervor como antes se exaltaba el valor de un buen forward y las virtudes del dribbling.
(…)
Para el hincha del deporte más popular del mundo, para el apasionado de la más universal de las pasiones, la camiseta del club es un manto sagrado, una segunda piel, el otro pecho. Pero la camiseta se ha convertido además en un cartel publicitario ambulante…”
No soy entendida  ni me interesa especialmente el fútbol como deporte. Asistí una sola vez a un partido y fue en la ya mencionada cancha barrial. No obstante me parece un fenómeno masivo que da para una variedad de puntos de vista. Releyendo textos de  cuatro hombres de letras encontré  respuestas o aproximaciones  a  algunos de los interrogantes  que puede  plantear el tema.
Del cuento de Fontanarrosa podría inferirse que lo popular no tiene por qué estar reñido con  la cultura o viceversa. Siempre y cuando lo primero no vaya en desmedro de lo segundo o viceversa. Las conjeturas que pueden extraerse de la primera crónica citada y de los fragmentos de Galeano son elocuentes respecto del concepto de “progreso” y de la injerencia de la economía “global” en todos los ámbitos, aún, agrego yo,  en el supuestamente prestigioso contexto de la literatura. Pero, como en todo lo que proviene del hacer  humano,  lo esencial es distinguir  entre precio y valor. Las reglas de juego hacen al juego.
 Para terminar, y como en esta nota no se habla solo de fútbol, nada mejor que  una  sintética expresión de Borges  que revela la trascendencia de una auténtica   creación artística ( ¿y por qué no?,  un algo más…): “…el sueño de uno es  la memoria de todos.” (El hacedor, Martín Fierro).

Fuentes bibliográficas: Bustos Domecq, Honorio (Borges, Jorge Luis-Bioy Casares, Adolfo), Crónicas de Bustos Domecq, Buenos Aires, Editorial Losada, 1968.
Fontanarrosa, Roberto, Viejo con árbol, en suplemento de revista Ñ (10/02/2007).
Galeano, Eduardo, Patas arriba, la escuela del mundo al revés, Buenos Aires , Editorial Catálogos, 2001.
Borges, Jorge Luis, El hacedor, Madrid, Alianza Editorial, 1980.



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